jueves, 16 de enero de 2014

Ni prepotentes ni tembleques

A medida que se acerca el día, se va abriendo paso la idea de que la forma de conducirse de los peruanos (gobierno, población) es la que decidirá si Chile acepta o no el dictamen de La Haya. Esta idea es inaceptable como actitud ante las cosas, pero sobre todo es irreal: no es el humor de las naciones el que define las relaciones entre ellas, son sus intereses.

Podemos reconocer que hay un tema de ponderación, y hasta de buen gusto, en cómo se aproximan los países a una encrucijada como la del próximo 27. Pero no tiene sentido magnificar la forma, cuando se sabe bien que lo determinante ha venido siendo, y será, el fondo de la cuestión. Esto ha venido siendo repetido en todos los años que tiene la demanda, pero parece que no fue suficiente.
La principal palanca para el acatamiento del dictamen por parte de los dos países es la ley internacional: no cumplirla tendría severas consecuencias para su prestigio, lo cual rápido se traduciría en consecuencia prácticas. Buena parte del prestigio de Chile está apoyado en su fuerte institucionalidad, y es con esa bandera que el vecino país circula con éxito entre la comunidad de las naciones.
La segunda palanca para el acatamiento en ambos países es el interés económico: inversiones y comercio Chile-Perú de ida y vuelta son fundamentos importantes en la prosperidad de ambas economías. Nadie va a comer, ni allá ni aquí de los efectos de un choque militar, no importa cuán transitorio o venial este pudiera ser. Si algo ha demostrado la élite chilena en estos decenios es pragmatismo e inteligencia.
Para muestra de cómo se conducen los Estados institucionales, está el botón Colombia-Nicaragua. En efecto Bogotá ha pataleado frente al resultado del juicio, pero ha terminado acatando el fallo, y está considerando un recurso de interpretación ante La Haya (sí, existe tal cosa), que es una manera de seguir acatando y reconociendo ese fuero internacional de justicia.
Lo de Colombia-Nicaragua muestra, de otra parte, que ganar un fallo internacional en un tema bilateral, no es un picnic. Aun dentro de un básico acatamiento, las partes van a buscar maneras de acrecentar sus ganancias y reducir sus pérdidas. En ese proceso posdictamen los buenos modales ayudan y los malos modales molestan, pero no son determinantes. Cuando lo parecen, es porque son máscaras de otros factores.
Algo parecido pasa con los que se dedican a descifrar las palabras que van apareciendo en el otro país: suelen concentrarse en aquellas declaraciones que les confirman sus propias hipótesis. Siempre habrá forma de explicar por qué la hipótesis no funcionó. Una suerte de huachito geopolítico que se juegan los más confiados o los más asustados, elija el lector.

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