sábado, 19 de julio de 2014

LOS PERIODISTAS PEONES DEL SEÑOR

“El silencio es un lugar peligroso. Hay tanto que sacar de ahí que muchos tiemblan. Pero lo sabemos, el silencio nos rodea a todos, incluso a quienes lanzan piedras dentro de una turba cada vez más débil y corrupta”
Cada vez es más fácil reconocer las cabezas de peón rapado de tanto periodista que resulta barato para ciertos medios e instituciones en las que crecen, se reproducen y pierden moral, perspectiva y ética. Pero sus sueldos o reconocimientos dentro de sus propios guetos les son más que suficientes para dejarse ver como son, sin pudor, lanzando dardos a pedidos obvios como simples lacayos.
Leí la columna que Jason Day publicó en La República hace unas semanas denunciando que un sacerdote intentó abusar de él. ¿Por qué no creerle? Si solo nos cuenta lo mismo que miles de víctimas de un sistema inmoral que se recoge la sotana para ocultar su acecho y la maldita lascivia que cae dentro de tantos niños perdidos en sus “plegarias”. Rossana Echeandía escribe sobre Jason Day, obvia y de manera calculada, irónica, casi peinándose frente a un espejo y mostrando una sonrisa ante quienes pudieran haberle pedido el texto, intentando humillar a quien denunció a su institución. Cito la respuesta de Jason Day: “Omitió aclarar que es miembro de la Asociación de María Inmaculada (AMI), fundada por Luis Fernando Figari –fundador también del Sodalicio y sobre quien pesan graves denuncias de abuso sexual–; eso se llama tener un conflicto de interés”.
¿Eso podría llamarse también “periodistas peones al servicio del Señor” o simples inmorales que no dudan un segundo en llamar mentiroso a quien da un testimonio porque atentan contra un muro en el que dan sus plegarias pero en el que también se estrellaron los dientes de tantos niños que lloraban por el dolor de tener a un hombre santo dentro suyo, gimiendo y destruyéndolos.
“Jason Day ni siquiera ha sabido pedir disculpas por un cuento que se le escapó de las manos”, esta es una frase de la columna de Echeandía, pero bien parece un susurro perverso entre pares y dentro de una iglesia, la suya. El silencio es un lugar peligroso. Hay tanto que sacar de ahí que muchos tiemblan. Pero lo sabemos, el silencio nos rodea a todos, incluso a quienes lanzan piedras dentro de una turba cada vez más débil y corrupta. Un día cualquiera el peso puede regresar. El silencio puede terminar dentro de casa, cerca del orden, de la moral, tan cerca de Dios y de las columnas que se escriben en su nombre. El silencio traiciona a sus lacayos de las peores maneras, solo hay que sentarse a esperar y ver cómo las cabecitas rapadas van cayendo alrededor del tablero, de sus sueldos e intereses.

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