domingo, 20 de octubre de 2013

Vayan planchándome la cushma

Domingo, 20 de octubre de 2013 | 4:30 am

La aparición de Alberto Fujimori en una suerte de traje de hospitalizado, que algunos han llamado de plano un piyama, relanzó por un instante la magia del disfraz político. Desde su campaña de 1990, Fujimori fue el ubicuo rey del disfraz, que parecía disfrutar enormemente.
El corte de sus ternos fue mejorando con el paso de los años, hasta volverse excesivo.
Fujimori no inventó el género, pero en los años 90 lo lanzó a nuevas alturas: samurái, campesino cusqueño de gala, nativo amazónico, o bañista espontáneo de Las Huaringas en calzoncillo flojo son solo unas cuantas de sus sorprendentes apariciones en su recorrido de los guardarropas del Perú profundo.
¿Por qué lo hacía? En parte como homenaje a sus anfitriones. En parte para propiciar la foto de impacto en los medios. En parte quizás como comentario a su relación heterodoxa con la peruanidad, disfrazando aquello que podía ser disfrazado.
Hubo un tiempo en que los políticos solo tenían dos tenidas, la formal y la informal. Pero desde entonces los asesores de imagen se han impuesto, y ahora el traje típico local es una obligación. El político debe mimetizarse, probando la comida y vistiendo la ropa del lugar. El resultado no siempre es convincente.
Fernando Belaunde, Valentín Paniagua o Alejandro Toledo no solían disfrazarse. El primer Alan García se disfrazó, pero poco, y sobre todo con un uniforme militar-presidencial. En el segundo gobierno se aferró tanto al terno azul oscuro, que este parecía ser el único. Pero en poco tiempo se convirtió en el uniforme de los políticos apristas.
El ejemplo más vistoso lo han venido dando las reuniones de APEC, donde los 21 mandatarios posan en traje típico del país anfitrión. En el 2008 Alan García propuso ponchos de alpaca. En el 2011 en Washington Barack Obama cortó con la tradición e impuso el terno oscuro. Pero desde entonces los disfraces APEC han sido retomados.
Según una nota de John Ortved en The Wall Street Journal de esta semana, está en marcha en el mundo una lucha protocolar en torno de la corbata. Reuniones públicas del más alto nivel (Obama-Vladimir Putin, por ejemplo) se están empezando a realizar con terno y el cuello abierto. Una suerte de homenaje a la informalidad en tiempos de crisis.
Por algún motivo nuestros congresistas no se disfrazan, y el código de vestimenta es bastante rígido: sport en las regiones (de preferencia con casaca de ingeniero), terno y corbata en el hemiciclo y sus alrededores. En cambio los presidentes no tienen límite en su crossdressing cultural, y Ollanta Humala no es la excepción.

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