miércoles, 16 de octubre de 2013

Un ciclo que termina II


Decíamos ayer que el ciclo o período posfujimorista que implicaba el fin de la autocracia y su reemplazo por una democracia eleccionaria, estaba dando muestras de llegar a su fin, como se había planteado un artículo de Alberto Adrianzén, a lo que le habíamos agregado una serie de componentes de orden sociológico, institucional y directamente de ejecutoria política de los cuatro gobiernos de los últimos 13 años.

Raúl Wiener
Raúl Wiener
POLITIKA Analista
La conclusión que se desprende es que a las ideas fuerzas de la lucha contra Fujimori: democratización radical (redistribución del poder), anticorrupción (limpieza del Estado y control de los contratos públicos), ampliación de las libertades y derechos ciudadanos, restitución de equilibrios entre el capital y el trabajo, etc., se las reemplazó olímpicamente por otros conceptos: evitar los cambios si no quieren echar a perder el crecimiento, no ampliar las libertades porque nos amenaza el regreso del terrorismo, no mover la constitución fujimorista so pena de inestabilidad, no relevar la tecnocracia que tiene la confianza de las finanzas internacionales y la CONFIEP, no insistir en la anticorrupción porque todos tienen rabo de paja, etc.

Frente a este conformismo retorcido que se impuso paso a paso en el país y que en la época de García llegó a cinismo, había una aparente esperanza en el discurso contestatario de Humala y en su reivindicación del espíritu rebelde con que se encaró el final del fujimorismo rechazando el arreglo político que se venía a través de la llamada Mesa de la OEA. Ollanta encarnaba una denuncia a lo que los políticos hicieron de la “transición” y esa es la única explicación de la simpatía que sintió por la acción de su hermano en Andahuaylas de la que desertó apenas vio que los llevaba a la ilegalización.

El hecho es que el 2006, Humala era el candidato que representaba mejor la combinación de los 4 Suyos con la gesta de Locumba, y el que no tenía reparos para enfrentar el status quo en que se habían frenado Toledo y los partidos tradicionales después de que Fujimori salió del juego. Cinco años después García, el candidato para evitar el riesgo político, nos había colocado al borde de la reversión completa al punto que el voto de su gobierno como el de otros sectores del sistema fue para que la familia Fujimori regresara al poder a través de la hija Keiko. La medida del fracaso de este proyecto fue la conformación de un bloque contra tal perspectiva que unió antifujimorismo con nacionalismo.

Este pudo ser el punto de retome de todo lo que estaba pendiente por más de diez años. Pero no fue así. La traición de Humala llega pues mucho más allá del incumplimiento de promesas. Es la liquidación de la última esperanza de una democracia con alternativas. Ahora ya no hay distingos, la gente percibe que todos son iguales para abajo. Y que nada puede cambiar.

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