jueves, 17 de octubre de 2013

La gran estafa

El escándalo de Michael Urtecho me indigna como a todos, pero me golpea más porque en diciembre del 2007 —es decir, cuando ya había cometido parte de los delitos por los que hoy enfrenta a la justicia— lo visité para hacerle una nota humana. La crónica salió un domingo a página completa en El Comercio. Fue su primer gran reportaje. Además, colgué en Internet un video sobre ese encuentro (un clip sensiblero que ciertamente habría quedado mejor con música del DJ Lúcar).

Aquella vez hablamos de su distrofia muscular; su desoladora niñez en La Libertad; su milagrosa recuperación anímica en el grupo cristiano Agua Viva; su silla electrónica de seis ruedas que avanza a 17 kilómetros por hora; y hasta de lo identificado que se sentía con Cristopher Reeve, el actor de Supermán.
Entonces era difícil adivinar que el hombre era un zamarro enmascarado; o que su esposa, Claudia González —la simpática joven embarazada de mellizos que me abrió la puerta de la casa de San Borja— manipulaba las tarjetas de débito de los empleados de su marido; o que las cuatro gentiles chicas que me atendieron en su despacho serían las denunciantes cinco años más tarde. Recuerdo que Urtecho me reveló que tenía pretensiones de ser alcalde de Trujillo y hasta de tentar la presidencia. “Si llego a Palacio, te llevo como jefe de prensa”, me dijo, riéndose, quizá pensando por dentro: “A este huevas también le mocho el sueldo”.
Todo esto me recuerda al hombre que hace años se me acercó en un bus, llevando encima un cartel que decía “soy mudo, apóyame”. Increíblemente, al recibir la limosna me dijo “gracias, flaquito”, dio media vuelta y se marchó sin sonrojarse.
Lo de Urtecho es peor: no solo porque se burló de los tres millones y medio de peruanos discapacitados que jamás representó, sino que al hacerlo —encubierto en su fragilidad— le añadió un peldaño hacia abajo a nuestra ya legendaria desconfianza.

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