Junín
En SANGRIENTA lucha de dos días expulsaROn a invasores del centro del Perú
El triunfo en Pucará le permitió una marcha sin peligros rumbo a Huancavelica, pero Cáceres y sus breñeros debieron enfrentar un peligro mayor: la naturaleza; y otro increíble de creer en estos tiempos: debió luchar contra otro ejército peruano en la entrada de Huamanga.
Cáceres se dirigió a Huamanga con el fin de unir sus fuerzas a los mil 500 hombres que estaban bajo órdenes del coronel de artillería, Arnaldo Panizo, el tenaz defensor del Morro de Arica en la Batalla de San Juan y Chorrillos. La tarde del 18 de febrero de 1882, los mil 200 hombres del “Taita” Cáceres emprendieron la subida de la cuesta de Julcamarca, pero a mitad de camino fueron sorprendidos por una feroz tormenta que hizo desaparecer el camino en el fango.
Decenas de hombres y caballos, armas y vituallas cayeron y se perdieron en el abismo, infligiendo a Cáceres un duro golpe que los chilenos nunca imaginaron.
El general ayacuchano a duras penas llegó hasta la cuesta de Carmen Alto o Carmenca, donde comprobó con pesar que ahora sus fuerzas se reducían a poco de 400 hombres.
“Venceremos a la naturaleza”, grito convencido que solo le quedaba rehacer sus fuerzas con apoyo de las comunidades ayacuchanas que fueron en su ayuda. Tres días después, afrontó el ataque de las tropas de Panizo, el prefecto de Ayacucho, nombrado por Piérola y que desconfiaba del “Taita” Cáceres.
Fueron cuatro horas de lucha fratricida, pero en el combate, los batallones se fueron pasando a las filas de los breñeros. Es famosa la reprimenda que le hizo a un corneta del batallón Zepita, “¿Tú también traicionas a tu general? ¡Viva el Perú!, le gritó al soldado, quien respondió con voz estentórea: “Nos han engañado general, viva el Perú”, plegándose todas las tropas con Cáceres.
Lejos de pasar por las armas a Panizo y los jefes rebeldes, Cáceres los puso en libertad. Ahora se encontraba más fuerte en hombres y armas, con los que reiniciaría la reconquista de La Oroya, Tarma, Cerro de Pasco y el eje Jauja-Huancayo, incluída la zona fronteriza con el departamento de Huancavelica, que estaban bajo las botas y bayonetas chilenas.
Rumbo a la victoria
Por sus prejuicios raciales, abusos y robos contra la población indígena, los chilenos pronto se hicieron extremadamente odiosos.
Entre marzo y abril de 1882, las comunidades campesinas de Junín, con apoyo de oficiales enviados por Cáceres, y el respaldo de sacerdotes locales, se levantaron masivamente contra sus opresores extranjeros.
El episodio más dramático de esta lucha fue el combate de Chupaca, el 19 de abril de 1882, donde hombres y mujeres armados de forma rústica y precaria resistieron con entereza y bravura, y casi hasta el exterminio, el feroz y sangriento asalto de la caballería chilena.
Cáceres inició su ofensiva los primeros días de junio de 1882 y partió con su ejército de Ayacucho rumbo a Junín. Antes de partir, arengó a sus hombres: «Hace tres meses escasos que llegasteis a esta noble capital de gloriosos recuerdos históricos…Hoy la salud y la honra del Perú nos llaman al departamento de Junín, allí donde los pueblos han levantado la sagrada enseña de la nación contra el invasor…Vuestra misión no puede ser más noble y generosa… la victoria no podrá negaros sus favores…» Las cabezas trofeo El alto mando chileno, a mediados de junio, había decidido el retorno de una parte de sus hombres, pues sus tropas sufrían los efectos de las viruelas, tifoidea y fiebre amarilla, lo que sumado al constante acoso de los montoneros peruanos, acentuó la deserción en sus tropas.
Enterado de este retiro parcial de tropas chilenas y del alzamiento de las comunidades campesinas de Huancavelica y Junín, Cáceres inició su marcha de reconquista. A su paso se enteró de la emboscada de Sierralumi y la acción de los guerrilleros de Comas, que aniquilaron a decenas de chilenos. La furia de los indígenas no se detiene y para vengar los agravios, descuartizan a los chilenos caídos y sus cabezas son llevadas como trofeos en las puntas de las lanzas.
En Izcuchaca, cerca de Huancayo, escribe satisfecho de los avances de sus guerrilleros: «Tal ha sido el denuedo de nuestros guerrilleros, que tan solo armados de lanzas, no sólo han contenido a los opresores, sino que han marchado de frente, hasta hacerlos retroceder, dando muerte a lanzadas y despedazándolos. Ignoro las bajas del enemigo; sólo he visto con impresión algunas cabezas de ellos en las puntas de las lanzas que los indígenas traían como trofeos de guerra».
En julio, el mes de la patria, Cáceres dio la orden de ataque general de todas sus fuerzas sobre el departamento de Junín, que arremetieron con gran ímpetu sobre las avanzadas enemigas.
El avance del Ejército del Centro es precedido por las acciones guerrilleras de los comuneros de los valles del Mantaro y de Yanamarca, quienes convertidos en fieros soldados atacan con lanzas, hondas y rejones, a falta de fusiles y sables.
Dos dias de triunfo
El avance de Cáceres alcanza sus mejores éxitos entre el 9 y 10 de julio, cuando se inician los combates de Marcavalle, Pucará y Concepción. Los dos primeros fueron una acción directa del general ayacuchano y sus hombres, mientras que la batalla de Concepción fue un masivo ataque indígena contra la guarnición chilena acantonada en ese pueblo.
En sus Memorias, Cáceres escribió sobre estos hechos de armas:
“Una vez reconcentradas las guerrillas en el campamento de Pazos y combinando el plan de ataque simultáneo sobre las plazas de Huancayo, Concepción y La Oroya, emprendí en la madrugada del 9 de julio el asalto de las posiciones de Marcavalle, con tan buena ventura que el enemigo las abandonó precipitadamente envolviendo en su vergonzosa fuga las fuertes guarniciones de Pucará, Sapallanga y Huancayo, cuya capital tomé posesión el 11 de julio”.
En su fuga acelerada, sin embargo, las desmoralizadas tropas chilenas no dejaron de ensañarse con la población más indefensa, -ancianos, mujeres y niños-, a los que traspasaban con sus bayonetas en el lugar donde los encontraban.
Cáceres, protagonista y testigo presencial de estos crímenes de los invasores, escribió sobre ese inicuo proceder: “Continuando con la rapidez que mis deficientes y fatigados medios de movilidad me lo permitían, la persecución de las fuerzas chilenas, que no se detenían en su tránsito sino el tiempo indispensable para dar pábulo a sus perversos instintos, saqueando las poblaciones, reduciéndolas a cenizas y pasando por las armas a sus pacíficos habitantes, sin perdonar a las mujeres y niños sorprendidos en el lecho o al pie de los altares, donde buscaban refugio a la ferocidad de sus implacables victimarios”.
El avance peruano fue demoledor y fue una cruda expresión de respuesta a los abusos y exacciones chilenas, pero aún faltarían conocer la victoria que se alcanzó en la Batalla de Concepción, donde fue exterminada una brigada chilena que estaba al mando de oficiales de las mejores familias de Chile.
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