Para un sector importante de mi muro en Facebook y de mi timeline en Twitter, el solo hecho de sugerir que el pragmatismo demostrado por Keiko Fujimori la semana pasada en Harvard le rendirá buenos resultados es considerado un sacrilegio y quien sea que haya osado lanzar semejante observación es un ignorante, un cándido, un traidor, un mequetrefe o un vendido.
“No le podemos creer”, “solo hay que mirar su pasado para saber de quién se trata”, “miente, ha dicho lo que algunos quieren escuchar”, “nos está engañando como nos engañó su padre, no ha deslindado”, y cosas por el estilo. Todo esto es cierto, es casi seguro que Keiko miente. Pero también es verdad que Keiko tiene una intención de votos con la que solo pueden soñar los demás candidatos, todos juntos. Y por eso, ofenderse y ver conspiraciones porque no hay una gran cobertura de las “primarias” del Frente Amplio o porque no se invita a Harvard a quienes, según las encuestas, no pasan la valla electoral ni en teoría, es un poco… loco.
Es lo mismo pero peor cuando se afirma alegremente (como he leído por ahí) que Eduardo Dargent o Steve Levistsky han moderado sus críticas al fujimorismo por algún tipo de conveniencia personal, lo cual, por supuesto, no resiste el menor análisis. ¿Cómo así para el caso de ellos no funciona lo de “solo hay que mirar su pasado para saber de quién(es) se trata”? La piconería es siempre mezquina y exuda pequeñez. El discurso no construye la realidad si no que se suele basar en ella. Pero eso lo saben, ¿no?
No se puede pedir tolerancia si no se es tolerante y ya empiezan a aparecer posiciones extremas y excluyentes incluso entre personas que suelen ser cautas en sus juicios y apreciaciones.
Y se va a poner peor.
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