domingo, 18 de octubre de 2015

León Trahtemberg: PISA distorsiona la educación (Revista Padres-Cosas 208)



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Aunque siempre he sido escéptico respecto al valor de la evaluación de los aprendizajes y  capacidades de los alumnos usando pruebas de lápiz y papel  o algún software para marcar, (y a partir de ellas hacer la predicción de sus posibilidades futuras), debo reconocer autocríticamente que en varias oportunidades me he dejado llevar por el uso de las pruebas PISA como un potente  referente para explicar el nivel educativo en el que se encuentra un país
No es que la educación peruana no esté languideciendo como se desprende también de PISA, pero las razones para ello y las opciones para replantear su ruta hacia la excelencia  no pasan por el simple expediente de apuntalar las áreas que miden las pruebas PISA. Formar personas  conscientes de sus fortalezas y limitaciones, capaces de ser buenos ciudadanos, estudiantes competentes y profesionales innovadores y apasionados con sus quehaceres,  supone un conjunto de ingredientes formativos mucho más amplio y diverso que el que plantea las pruebas PISA. 
Como ocurre con los monopolios en la economía, que fijan precios, estándares y condiciones al mercado, del mismo modo, las pruebas PISA, con el fuerte respaldo de la OCDE, han marcado una existencia monopólica de pruebas internacionales en el limitado mercado de pruebas mundiales, que opacan o anulan la emergencia de cualquier otra prueba o criterios para calificar la calidad de la educación de los diversos países del mundo. Con ello, sus mentores se convierten en los superministros de educación del mundo. Ellos definieron qué hay que evaluar con preguntas que tienen respuestas preestablecidas sobre ciertas competencias de matemáticas, lectura y ciencias para los escolares de 15 años de edad de los países participantes. Con esas preguntas y sus rankings de resultados, han forzado a todos los sistemas educativos del mundo a alinearse con sus conceptos y modelos de pruebas. 
¿Y por qué esas áreas? Porque son las que tradicionalmente se han considerado habilidades duras, y son las más fáciles de evaluar en pruebas de opciones múltiples en las que hay que escoger la respuesta “correcta” entre las propuestas por el evaluador, y se muestran impermeables a la renovación de los criterios de evaluación educativa más relevantes para nuestros tiempos. Las pruebas PISA están inspiradas en la creencia de que un joven de 15 años que logra un pensamiento complejo en lectura, matemáticas o ciencias, según currículo europeo vigente, puede darse por bien educado. Es decir, tiene las mejores oportunidades de éxito en la educación superior y lo que viene después. Tomadas como conjunto, las sociedades cuyos alumnos tienen ese desempeño son las que consideran que educan bien a sus jóvenes. Pero ¿es realmente así?
Corea del Sur y China tienen buenos resultados en PISA, pero su educación es tortuosa y sus logros en educación superior solamente consideran a los jóvenes que pasan por el difícil filtro meritocrático de los exámenes de ingreso a las universidades, con tasas de un ingresante por cada cincuenta o más postulantes. Estados Unidos e Israel califican a media tabla en PISA pero son los líderes mundiales en el desarrollo de tecnología, patentes y emprendimientos (startups), en un mundo en el que los jóvenes deben ser capaces de crear su propio empleo más que esperar que otros se los den, porque eso los condena a ser trabajadores temporales, discontinuos, sujetos a los vaivenes del mercado que se informatiza y automatiza, y sin garantía de buena remuneración.   
Por otro lado, el mundo empresarial se queja cada vez más de la falta de preparación de los estudiantes universitarios y profesionales por la carencia de las habilidades blandas, espaciales, sociales y la creatividad, que PISA no evalúa. En cambio, las que evalúa son cada vez menos relevantes.  
ESTÁNDAR Y JERARQUÍA
Uno de los más grandes contribuyentes a la revisión del pensamiento educativo de estos tiempos es el psicólogo estadounidense Howard Gardner, de la Universidad de Harvard, quien formuló la ahora universalmente aceptada teoría de las inteligencias múltiples, la cual sostiene que cada persona tiene ocho inteligencias o habilidades cognoscitivas semiautónomas que trabajan juntas pero que se desarrollan de distinta manera e intensidad en cada estudiante de acuerdo con su carga genética y con el contexto cultural en el que se educa. Estas son las inteligencias lingüística, lógica-matemática, corporal y cinética, visual y espacial, musical, naturalista, interpersonal o inteligencia social, e intrapersonal. Gardner también estuvo pensando en incluir una novena inteligencia que denominaría “existencial”, referida al dominio de los asuntos religiosos, espirituales y trascendentes de la vida.
Las pruebas PISA solamente evalúan los aprendizajes basados en dos de las ocho inteligencias (la lingüística y la lógico-matemática y, parcialmente, la naturalista), y dejan fuera las demás, con lo que descalifican con ello a todo aquel que puede tener una bajo nivel de desarrollo intelectual en matemáticas o lengua, pero alto o muy alto en las otras seis inteligencias. Los psicólogos y los innovadores educativos señalan reiteradamente, basados en la investigación en pedagogía, la psicología del aprendizaje y las neurociencias, que el pensamiento divergente es mucho más potente que el lineal –de ruta única, que plantea la escuela tradicional–, y que la capacidad de investigar, plantear teorías y preguntas relevantes es más importante que la de responder a preguntas cerradas hechas por los examinadores. Las pruebas “para escoger una de las respuestas preestablecidas” son mucho más cerradas que las evaluaciones continuas que se hacen de los estudiantes a lo largo de su proceso de aprendizaje.
AUTOCRÍTICA
Aunque siempre he sido escéptico respecto al valor de la evaluación de los aprendizajes y capacidades de los alumnos usando pruebas de lápiz y papel  o algún software para marcar, (y a partir de ellas hacer la predicción de sus posibilidades futuras), debo reconocer autocríticamente que en varias oportunidades me he dejado llevar por el uso de las pruebas PISA como un potente  referente para explicar el nivel educativo en el que se encuentra un país.
No es que la educación peruana no esté languideciendo como se desprende también de PISA, pero las razones para ello y las opciones para replantear su ruta hacia la excelencia  no pasan por el simple expediente de apuntalar las áreas que miden las pruebas PISA. Formar personas  conscientes de sus fortalezas y limitaciones, capaces de ser buenos ciudadanos, estudiantes competentes y profesionales innovadores y apasionados con sus quehaceres,  supone un conjunto de ingredientes formativos mucho más amplio y diverso que el que plantea las pruebas PISA. 
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