domingo, 1 de junio de 2014

Con la misma vaina

El problema de fondo es la calidad de los políticos.
El profundo deterioro de la política como oficio, por aquí y por allá, constituye una muy mala noticia, pues promueve el derrumbe de los partidos, fomenta el surgimiento del radicalismo de ambos lados y termina erosionando la democracia.
Ocurre en todos lados, hasta en los de institucionalidad más sólida como Europa, políticamente sacudida por el terremoto de la elección del parlamento europeo del domingo.
El sismo se sintió de distintas maneras en cada país, pero no hay duda de que uno de los componentes más dañados fue el del cimiento de los partidos más tradicionales.
En España, hoy se discute el fin del bipartidismo entre el Partido Popular y el PSOE, que no hace mucho significaban el 80% de la votación y hoy no pasan de la mitad del electorado que se está refugiando en otros partidos como una nueva agrupación Podemos que, por las declaraciones de sus líderes, aún parece un movimiento estudiantil.
A su vez, en Francia, significó el fortalecimiento del Frente Nacional liderado por Marine Le Pen con un discurso que modera un poco los adjetivos del racista de su padre pero sin abandonar su eje patriotero, populista y xenófobo.
Le Pen anda formando una coalición en el parlamento europeo para destruir la unión labrada en medio siglo, mediante el establecimiento de alianzas con partidos afines que también vienen creciendo en otros países de la comunidad.
Una explicación frecuente para el deterioro de los partidos europeos tradicionales es que es secuela de una crisis económica muy fuerte cuyos efectos aún no terminan ni cesarán durante el lustro siguiente.
Pero hay otra explicación menos usada pero más inteligente y apropiada: la principal crisis es la de los propios políticos, un asunto del que ellos mismos prefieren no hablar.
En España, por ejemplo, el debate político previo a la elección fue deplorable pues se habló de todo lo accesorio en vez de lo fundamental.
El problema es, por un lado, la calidad muy venida a menos de los políticos, y, por el otro, que la política se ha vuelto un oficio que parece manejado, en general, por ladrones.
Todo lo cual nos retorna, por supuesto, al Perú, donde no hay la crisis económica de Europa –al contrario–, pero sí coincide en el incesante deterioro del oficio de la política, sin distinción del gobierno o las oposiciones, administradas, en general, por gente improvisada, irresponsable, corrupta y, encima, arrogante.
La primera ola contra los partidos tradicionales vino en los noventa por un fujimorismo que supuestamente se enfrentó a ellos, pero pronto este los superó en taras y delitos, sin que aquellos se recuperaran. Por el contrario, hoy, lamentablemente, casi todos parecen la misma vaina.

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