sábado, 1 de noviembre de 2014

Soy peruano y hago lo que quiero

Desde la rocambolesca maniobra de Manuel Burga para aferrarse a la presidencia de la Federación Peruana de Fútbol (FPF), a pesar de su fracaso reiterado en la misma, hasta la dramática muerte de un cajamarquino que se aferraba a su casa en un desalojo policial, hay un eje que recorre con frecuencia creciente la relación entre el Estado y la gente: falta de respeto por el ciudadano en todos los sentidos.
La muerte del mecánico cajamarquino Fidel Flores Vásquez, padre de siete hijos, mientras se enfrentaba al destacamento policial responsable del desalojo judicial de la casa en la que vivía con su familia constituye, por lo visto en el video que fue difundido, un exceso deplorable que puede ser planteado, incluso, como un caso de homicidio.
¿Por qué un comando policial puede llegar a una expresión de violencia tan brutal como disparar a quemarropa con una escopeta, y luego darle una paliza salvaje al hijo?
Quizá sea por la baja valoración de la vida en el Perú, y la creencia de que todo vale, especialmente si, por ejemplo, alguien ya pagó en la comisaría para el desalojo, lo cual implica un escaso respeto al ciudadano.
Es la misma falta de respeto que, en un terreno muy distinto, pero expresando el mismo sentimiento, está detrás de la posición del aún presidente de la FPF cuando maniobra en el fango jurídico para extremar la interpretación de las reglas, pero sin ninguna consideración por el ciudadano ni el menor sentido de la rendición de cuentas.
Un fracaso deportivo tan estridente como el suyo no puede ser respondido con el descaro de decir “soy un representante de la democracia en el fútbol peruano”. Lo elemental de parte de Burga sería dejar el cargo en el que se ha convertido uno de los peruanos más odiados.
Pero falta de respeto al ciudadano ocurre en muchos lados todos los días. Por ejemplo, cuando el congresista Héctor Becerril le responde en una entrevista con Rosa María Palacios que él puede usar su inmunidad parlamentaria para difamar a un ministro, está diciendo que no le interesa lo que piense la gente.
Ejemplos abundan pero, en general, un factor relevante para el distanciamiento creciente entre los ciudadanos y el Estado y sus representantes es la sensación de la gente de que, como decíamos ayer, ‘autoridad que no abusa, se desprestigia’, y de que los que gozan de una cuota de poder –porque tienen una escopeta, un cargo deportivo, una curul parlamentaria, etc.– pueden hacer lo que les da la gana, desde asesinar, abusar, difamar o mentir.
Son expresiones del vale todo en el que vivimos cada vez con mayor tolerancia y resignación en el Perú.

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