domingo, 6 de abril de 2014

YA PERDISTE, CIPRIANI


No es extraña la oposición cerril de Cipriani al proyecto de ley de unión civil para personas del mismo sexo que busca aliviar el problema de exclusión y privación de derechos fundamentales que sufren innumerables personas de la comunidad LGTB que han formado una relación estable de pareja y quieren mantenerla. Tampoco puede sorprender su rechazo a fardo cerrado a la aplicación del aborto terapéutico para preservar a la mujer cuya vida o salud física o psicológica están afectadas o corren peligro. Cipriani es tal vez el representante más consecuente de una tradición retrógrada que pretende establecer su dominio social a partir del control de la sexualidad del ser humano.
No deja de ser llamativo, sin embargo, que se erija en rector de la sexualidad de hombres y mujeres en la sociedad quien ni siquiera puede controlar y sancionar la pederastia sacerdotal que ya en muchos países ha sido puesta al desnudo en decenas de miles de casos contra niños y niñas, aunque sea encubierta de manera sistemática por la jerarquía católica, realidad que en nuestro país recién empieza a conocerse a partir de las denuncias existentes por abuso sexual contra niños y adolescentes por parte de sacerdotes y líderes de sectas cobijadas en la Iglesia católica como el Sodalicio.
Lo que estaba por ver era qué de nuevo haría Cipriani para oponerse al aborto terapéutico y a la unión civil. Y vaya que entonces se le escapó el demagogo que le habita en lo más íntimo al plantear que se decida por plebiscito si estas medidas se aprueban o no. La vida de las mujeres que requieren un aborto por razones médicas, puesta al libre juego de la decisión “popular”. Los derechos fundamentales de una comunidad minoritaria, puestos al arbitrio de una mayoría cuyos prejuicios se encargará de exacerbar el pastor de almas. Qué tal caridad cristiana.
Aunque le aclararon de inmediato al cardenal que la propuesta del plebiscito es una movida cuasi fascista bajo piel aparentemente democrática, pues los derechos fundamentales no pueden ser objeto de ese tipo de decisiones “populares”, lo que hace de su propuesta un mamarracho en términos jurídicos de constitucionalidad y derechos humanos, sería ingenuo creer que la cosa ha terminado allí. Por el contrario, debemos asumir que la movida no ha hecho sino empezar.
Esta semana el proyecto de ley para aprobar la unión civil de personas del mismo sexo entrará a una etapa crucial al ser objeto de examen y debate en las comisiones de Justicia y Derechos Humanos del Congreso. Seis congresistas integran esta comisión. No hay que ser Mandrake para imaginar que la presión sobre ellos debe estar directamente vinculada a sus posibilidades de reelección. Mira cuánta gente manejo: si votas a favor de la unión civil, te marcaré y no tendrás oportunidad de volver al congreso. Y con la integridad moral que demuestra el conjunto de los miembros del congreso, no es posible ser muy optimista.
Pero por otro lado, está una juventud cada vez más libre de los prejuicios y la cerrazón tradicionales, que comprende la justicia de una propuesta como la unión civil y su importancia para la dignidad humana no solo de la comunidad LGTB, sino de toda la sociedad. Si no es posible esta vez, en el mediano plazo sí lo será de todos modos, y ya no solo con una propuesta “prudente” como la unión civil, sino con el derecho íntegro al matrimonio como cualquier ser humano. Cipriani y la mentalidad retrógrada tienen en perspectiva la batalla perdida.

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