domingo, 27 de diciembre de 2015

Lo caviar”, la palabra de Daniel Parodi

KVarios columnistas han di­sertado sobre lo caviar, recientemente lo han he­cho Gonzalo Portocarrero y Aldo Mariátegui. Este apelati­vo refiere a un sector influyente de nuestra política pero que nadie termi­na de definir con exactitud. En todo caso, lo caviar sí existe; en el Perú sí hay una casta profesional más o menos de izquierda, bastante influ­yente y que se siente dueña de la co­rrección política.


Ahora bien ¿por qué caviar? Primero por lo más simple, porque la izquierda no es políticamente orgánica y este fragmento de ella lo es aún menos. Más bien, se trata de un núcleo de académicos no agrupados bajo una denominación. De allí que el epíteto reemplace una omisión insalvable: el propio nombre.

Lo caviar se destaca por su diagnós­tico sobre el país, principalmente des­de las ciencias humanas, políticas y sociales. De hecho, se ha posiciona­do en la investigación sobre la reali­dad nacional y en la defensa de los derechos humanos, temas en los que su hegemonía viene respaldada, mu­chas veces, por estudios de posgrado en el extranjero.

De lo caviar se critica su enraiza­miento en bolsones del sector público y en las ONG, de allí que el concep­to aluda también un modo de vida pequeño burgués que irrita a algu­nos. Sin embargo, ser de izquierda y vivir bien no tienen por qué opo­nerse: al contrario, las ideologías políticas han predicado siempre el bienestar social, ni el marxismo es la excepción.

A “los caviares” se les cuestiona tam­bién no constituirse en alternativa de gobierno para el país, a pesar de su alta profesionalización. Hablamos sí de una intelligentsia, pero bien dis­tante del intelectual orgánico del que nos habla Antonio Gramsci. Al con­trario, aquellos tienden a manifestar un abierto desdén contra el activis­mo político, una notable intolerancia contra quienes defienden posiciones ideológicas distintas, y caen con fre­cuencia en el facilismo de adjetivar al contrario.

Lo caviar, reitero, no tiene nombre, por eso se le denomina así, más allá de la analogía con la gauche caviar fran­cesa de los tiempos de François Mit­terrand. No caben dudas de que es­tamos hablando de un concepto algo vago y es complicado saber a quién encajárselo, pero el debate continua­rá mientras los aludidos no se tomen un buen baño de humildad y le ofrez­can políticamente al Perú algo más que su disgusto contra todo lo que no se les parece. Cuando adquieran sustantivo propio que avisen, seré el primero en usarlo.

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