Por: Javier Valle-Riestra
Bueno, yo nací el 05 de enero de 1932. La fecha me parece muy significativa porque en esa data, cien años atrás, también nació Nicolás de Piérola, de quien soy admirador y seguidor por su espíritu heroico de montonero que se sublevó contra dictaduras y defendió el honor del Perú en la Guerra con Chile.
Además, el año 1932, tiene un gran simbolismo, lógicamente, no por mi nacimiento, sino porque objetivamente, en enero del 32, se estaban sentando las bases de lo que sería, en el Perú, la revolución de Trujillo, del siete de julio, de ese año, en la que, campesinos, trabajadores manuales e intelectuales, asaltaron el cuartel de artillería “Ricardo ODonovan” de esa provincia e impusieron la posición democrática y las banderas del aprismo.
El año 1932, fue un año de gran combustión, porque, por un lado, estaba la posición renovadora del aprismo, a quienes las derechas llamaban comunismo. Y por otro lado, estaba la posición obtusa y militarista de los conservadores que preferían una mano dura en contra del Apra, lo que determinó el desafuero de veinte constituyentes nuestros en ese año.
Así que fue un año caótico. Un año que sentó sus bases para una dictadura férrea, con ejecuciones judiciales y extrajudiciales, que se sucedieron desde esa fecha hasta 1945, que volvió la democracia con la victoria de José Luis Bustamante y Rivero, apoyado por el Apra.
Era un país de cacicazgos, en el que, había un Estado dentro de otro Estado que era el latifundismo. De señores feudales, propietarios del azúcar y del algodón, y el Estado peruano que aparecía en la Constitución como la personificación jurídica de la nación, pero, resultaba, pues, que era instrumento del verdadero Estado que era el de los potentados, el de los magnates.
El 30, antes de la muerte de Mariátegui, los pensadores, por la izquierda, eran en el Apra, Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui. Y en la derecha, había un gran pensador que fue, José de la Riva Agüero y Osma, quien llegó a ser alcalde de Lima. Magnifico escritor. Su brillante tesis universitaria de doctorado en historia, titulada “La historia en el Perú” que la hizo muy joven, a los veintiséis años, fue trascedente entonces. Sin embargo, releída cien años después, sigue manteniendo su vigencia, por su estilo y por sus conceptos.
En fin, este es un avance lacónico de lo que será mi autobiografía.