domingo, 8 de febrero de 2015

La confusión y los malentendidos que surgen del pernicioso y falso concepto de “raza” son tan insidiosos que permean aun a quienes creen no tener prejuicios raciales. Todos estamos expuestos a ello. La lucha contra la ideología racial, más que un combate en contra de los convencidos que la defienden y propagan, con frecuencia es una lucha interior, librada en lo más profundo dentro de nosotros mismos, contra los prejuicios inculcados y enraizados que afloran cuando uno menos lo espera. Es lo que siento al leer un artículo del doctor Rolando Arellano, titulado “Perú y Chile: raíces y frutos distintos”, publicado en el diario El Comercio el 2 de febrero, donde hace una asombrosa interpretación de las diferentes realidades socio-económicas de ambos países basándose en una “causalidad” arbitraria, basada finalmente en la “raza”. Arellano señala de modo concluyente: “uno de los atributos más diferenciadores es el relativo al tipo de mestizaje. Mientras el Perú es mezcla de españoles e incas, Chile es mezcla de migrantes europeos de diversos orígenes, sin aporte relevante indígena.” A continuación concluye sin más: “¿Cómo influye esto en la manera de vivir y desarrollarse? Mucho. Por descender de europeos, los chilenos son muy abiertos a la modernidad que llega de Occidente. Para ellos, no es problema seguirla, pues su forma de pensar se moldeó con la lógica de causa y efecto de la ciencia y la tecnología de sus ancestros.” Y luego remata: “…mientras un chileno no discute acerca de la tecnología o de la lógica económica que viene de Occidente, un peruano debe procesarla a la luz de sus creencias atávicas y sus costumbres. Una mina aquí no solo debe ser eficiente, sino además ser aprobada por los apus.” La línea argumental está llena de prejuicios y estereotipos sin base. En resumen: los chilenos son esencialmente europeos “blancos” y por eso son intrínsecamente lógicos y progresistas; mientras los peruanos, debido a nuestro alto componente indígena, vivimos prisioneros de “creencias atávicas”, es decir de la superstición, lo cual explica nuestro atraso. Es asombroso que a estas alturas se apele a una explicación esencialista, basada en el componente étnico, para explicar la realidad social. ¿Dónde quedan la historia, las formaciones sociales, la política, la cultura, las mentalidades, los sistemas jurídicos, los recursos naturales, la geografía, la lucha de clases, de intereses o de lo que fuera, y tantos otros factores? La visión que Arellano tiene de Chile, como país de europeos, “sin aporte relevante indígena”, es sencillamente falsa. Un estudio realizado sobre el genoma de la población chilena (como parte de un estudio de la Universidad de Brasilia sobre 13 países de América Latina), revela que la población chilena es mestiza, con componentes “europeo” y “amerindio” casi equivalentes: 50% y 42% respectivamente. Y además, ¡oh, sorpresa!, con un 6% de componente “africano subsahariano”. La visión de Arellano sobre Chile es un vulgar estereotipo difundido por ciertos sectores de Chile empecinados en invisibilizar la realidad mestiza de su país, que por lo demás salta fácilmente a la vista para cualquiera que se dé una vueltecita por allá. Si bien el componente “amerindio” del Perú es mucho más alto, no somos, en suma, poblaciones tan diferentes como para que Arellano diga que “la gran diferencia de raíces entre ambos pueblos puede originar un mestizaje social y económico muy poderoso”. La intención del articulista es buena porque preconiza el acercamiento entre nuestros pueblos, pero sus razones de partida son falsas. Repetirlas sin ton ni son puede solamente ayudar a consolidar prejuicios aquí y allá.

 por: RONALD GAMARRA

La confusión y los malentendidos que surgen del pernicioso y falso concepto de “raza” son tan insidiosos que permean aun a quienes creen no tener prejuicios raciales.
Todos estamos expuestos a ello. La lucha contra la ideología racial, más que un combate en contra de los convencidos que la defienden y propagan, con frecuencia es una lucha interior, librada en lo más profundo dentro de nosotros mismos, contra los prejuicios inculcados y enraizados que afloran cuando uno menos lo espera.
Es lo que siento al leer un artículo del doctor Rolando Arellano, titulado “Perú y Chile: raíces y frutos distintos”, publicado en el diario El Comercio el 2 de febrero, donde hace una asombrosa interpretación de las diferentes realidades socio-económicas de ambos países basándose en una “causalidad” arbitraria, basada finalmente en la “raza”.
Arellano señala de modo concluyente: “uno de los atributos más diferenciadores es el relativo al tipo de mestizaje. Mientras el Perú es mezcla de españoles e incas, Chile es mezcla de migrantes europeos de diversos orígenes, sin aporte relevante indígena.” A continuación concluye sin más: “¿Cómo influye esto en la manera de vivir y desarrollarse? Mucho. Por descender de europeos, los chilenos son muy abiertos a la modernidad que llega de Occidente. Para ellos, no es problema seguirla, pues su forma de pensar se moldeó con la lógica de causa y efecto de la ciencia y la tecnología de sus ancestros.” Y luego remata: “…mientras un chileno no discute acerca de la tecnología o de la lógica económica que viene de Occidente, un peruano debe procesarla a la luz de sus creencias atávicas y sus costumbres. Una mina aquí no solo debe ser eficiente, sino además ser aprobada por los apus.” 
La línea argumental está llena de prejuicios y estereotipos sin base. En resumen: los chilenos son esencialmente europeos “blancos” y por eso son intrínsecamente lógicos y progresistas; mientras los peruanos, debido a nuestro alto componente indígena, vivimos prisioneros de “creencias atávicas”, es decir de la superstición, lo cual explica nuestro atraso. Es asombroso que a estas alturas se apele a una explicación esencialista, basada en el componente étnico, para explicar la realidad social. ¿Dónde quedan la historia, las formaciones sociales, la política, la cultura, las mentalidades, los sistemas jurídicos, los recursos naturales, la geografía, la lucha de clases, de intereses o de lo que fuera, y tantos otros factores?
La visión que Arellano tiene de Chile, como país de europeos, “sin aporte relevante indígena”, es sencillamente falsa. Un estudio realizado sobre el genoma de la población chilena (como parte de un estudio de la Universidad de Brasilia sobre 13 países de América Latina), revela que la población chilena es mestiza, con componentes “europeo” y “amerindio” casi equivalentes: 50% y 42% respectivamente. Y además, ¡oh, sorpresa!, con un 6% de componente “africano subsahariano”.
La visión de Arellano sobre Chile es un vulgar estereotipo difundido por ciertos sectores de Chile empecinados en invisibilizar la realidad mestiza de su país, que por lo demás salta fácilmente a la vista para cualquiera que se dé una vueltecita por allá. Si bien el componente “amerindio” del Perú es mucho más alto, no somos, en suma, poblaciones tan diferentes como para que Arellano diga que “la gran diferencia de raíces entre ambos pueblos puede originar un mestizaje social y económico muy poderoso”. La intención del articulista es buena porque preconiza el acercamiento entre nuestros pueblos, pero sus razones de partida son falsas. Repetirlas sin ton ni son puede solamente ayudar a consolidar prejuicios aquí y allá.


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