Por: Martín Scheuch
La víspera del 1 de mayo, Día del Trabajo, el cardenal Cipriani criticó a los que pelean por un salario justo, a los que luchan en contra de la desigualdad y se resisten a ser explotados, y se manifestó acríticamente a favor de la inversión, la empresa privada y el Estado como campos donde se deberá resolver los problemas laborales.
“Puro palabreo, pero no generan trabajo, someten a la gente, y como son dueños, nadie se puede meter con ellos”. Estas palabras que podrían aplicarse a muchas grandes empresas, Cipriani las aplica a Gobiernos socialistas. “El trabajo es mucho más que una pelea ideológica”, termina dictaminando el capellán de la empresa privada.
A continuación, califica de “sesgado” y “parcial” el comunicado sobre la pena de muerte del Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal Peruana, que consiste en citas del Catecismo de la Iglesia católica y de los papas Juan Pablo II y Francisco. Contra las palabras de este último, que dice que “hoy en día la pena de muerte es inadmisible” y que todos estamos “obligados a luchar por la abolición de la pena de muerte”, Cipriani argumenta con un texto del cardenal Ratzinger para concluir que cada uno puede seguir su conciencia en este tema, sin mencionar que Benedicto XVI también pidió abolir la pena de muerte.
Le irrita que no se mencione el aborto ni la unión civil, pues Cipriani no pierde ocasión para manifestar que no tiene comprensión hacia las mujeres que han abortado ni hacia los homosexuales.
Dando manotazos contra todo el mundo —pueblo, obispos, papa Francisco— menos contra los dueños del poder, llegó la hora de que se vaya.
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