Por: Juan Carlos Tafur
Si Pedro Pablo Kuczynski gana las elecciones, tendrá que hilar fino con la bancada fujimorista mayoritaria, cuyo número es más que suficiente para imponer decisiones legislativas.
No debería ser, sin embargo, un impasse irresoluble. Felizmente, las terribles asperezas de una campaña electoral no suelen generar afectos eternos. El 6 de junio empieza otra historia y no parece probable que la bancada fujimorista, que ya transitó por la experiencia de convivir con el rival que le ganó la elección –Ollanta Humala-, se vaya a convertir en una oposición cerril.
Por lo demás, hay que atender que el 85% de las decisiones de gobierno pasa por el Ejecutivo y solo el 15% por el Congreso. Es un dato a tener en cuenta a la hora de analizar una probable gestión de PPK sin mayoría en el hemiciclo. Las grandes reformas sí podrían tener algún retraso o una obligación de consenso, pero ello más que un obstáculo insalvable, deberá ser virtud obligada.
Queda, por último, el recurso de la presión constitucional. Un Parlamento arisco bien puede cavar su propia tumba. A través de las cuestiones de confianza, el Ejecutivo puede hacer sentir su poder, todo el poder de un régimen presidencialista como el peruano.
Ya demostró Ollanta Humala, cuando se quedó sin mayoría en el Congreso, que bien puede seguir en el ejercicio del gobierno entre el palo y la zanahoria. Perdió un gabinete en el proceso, pero, contra lo pensado, al final ganó estabilidad.
Solo una mirada radical, como la que alberga un sector de la izquierda, se regocija imaginando un escenario que nos lleve a la dictadura o a la ingobernabilidad, ambos contextos de su gusto, aunque improbables. Por el contrario, todo apunta a suponer que la derecha terminará demostrando capacidad de adaptación a una realidad aparentemente adversa.
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