domingo, 3 de mayo de 2015

La herencia velasquista

Uno de los problemas políticos de las izquierdas es no haber procesado la herencia del gobierno de Juan Velasco. Cuando ocurrió, buena parte de la izquierda estuvo en contra, calificándolo como reformista o incluso fascista. Sólo el PCP le brindó un apoyo incondicional, del cual desconfiaba profundamente el resto de fuerzas. Ahora bien, pasados los años, el íntegro del pensamiento izquierdista ha aceptado acríticamente a Velasco.
Velasco tuvo poderosas razones, el Perú oligárquico era insoportable, incluso peor que el país neoliberal de nuestros días. La discriminación era muy cruda y el ascenso social estaba interrumpido. La elite era cerrada y se sentía blanca y civilizada, mirando con nariz respingada a 99 de cada cien compatriotas.
Mientras que ahora se ha ampliado la movilidad social y han aparecido numerosos contingentes de pequeños y medianos productores y nuevas clases medias. Ha reaparecido la oligarquía, pero licuada, precisamente por las reformas de Velasco. En la cúpula social, aunque algunos llevan el mismo apellido de antaño, en realidad representan una fase más avanzada del capitalismo.
A mediados de los sesenta, los problemas sociales reclamaban con urgencia una reforma, para la cual había consenso nacional. Los peruanos de entonces coincidían en reclamar reforma agraria y nacionalización del petróleo. Pero el esfuerzo del primer Belaunde terminó en un fracaso, extraviando la posibilidad de hacer las reformas en democracia.
Luego llegó Velasco dirigiendo un régimen militar que procedió como si el país fuera un cuartel. Por ello, Velasco estatizó todo lo que creyó necesario, imponiendo un estilo vertical. Ese fue el motivo para el rechazo de quienes en la época estuvimos en la oposición de izquierda. Éramos jóvenes y no estábamos dispuestos a aceptar que los uniformados fueran los únicos que podían decidir por el país. Rechazamos en bloque, cuando debimos haber distinguido. Pero lo peor es haber prolongado el error. Seguimos sin distinguir y hemos pasado de la negación a la aceptación total.
Así, recuperando al mejor Velasco, insistimos en reclamar reformas sociales contra la injusticia y discriminación. Pero, como lo hemos aceptado completo, sin entenderlo críticamente, desaprovechamos sus aportes y compartimos su estilo de imposición vertical; en nuestro caso, a partir de la movilización y sin confianza verdadera en el diálogo.
Asimismo, compartimos su ideal de un estado poderoso que posea empresas estratégicas y regule el negocio de todas las demás. Pero ese modelo se halla lejos de las expectativas del peruano progresista de hoy, porque el estatismo fracasó y el verticalismo no le gusta a nadie, por su carácter impositivo y discriminador, que menosprecia al que no piensa como uno.
Además, el neoliberalismo ha modificado la composición de clases. Así como encontramos una cúspide neo-oligárquica, también tenemos la reducción del proletariado y campesinado tradicionales, en beneficio de un enorme sector de pequeños y medianos propietarios, tanto en ciudad como en campo.
Son muy heterogéneos, pero junto a los trabajadores de siempre, constituyen amplia mayoría. Como sabemos, se sienten discriminados. El estrecho círculo de los poderes fácticos los ignora sin tomarlos en cuenta. Hay una fuerte reivindicación en curso que reclama contra un Estado que abusa del humilde y tolera a poderosos y comechados.
Pero la herencia velasquista íntegra no ayuda con las nuevas mayorías, porque los productores actuales desconfían del estatismo. Si queremos llegar a ellos debemos recuperar parte del discurso libertario, antes que insistir en reformar al Estado para dotarlo de mayores atributos.
Asimismo necesitamos asumir la democracia, en oposición a la tradición autoritaria. Busquemos soluciones a la vez que nos oponemos a las iniciativas abusivas de la neo-oligarquía. Si estamos en contra de Tía María, qué solución en positivo proponemos, y sobre todo, qué mecanismo democrático la haría viable.

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