viernes, 16 de agosto de 2013

Publicado el agosto 14, 2013 por msifuentes
543861_10151606173514372_584536677_n
El domingo se inició el tramo final de “Breaking Bad”, una de las cumbres del arte televisivo (desde hace tiempo las mejores narraciones audiovisuales norteamericanas no provienen de Hollywood, sino de la televisión). El planteamiento inicial: le detectan cáncer terminal a un profesor de colegio de química, que alguna vez tuvo el potencial de la genialidad. Para dejarle dinero a su hijo con discapacidad y a su esposa embarazada, decide aplicar sus conocimientos científicos (science, bitch!) a la producción y venta de drogas.
Pero la serie excede su concepto original y termina convirtiéndose, entre otras cosas, en un retrato bastante verosímil del mundo de las metanfetaminas. Todos aparecen, tarde o temprano: desde el adicto más miserable hasta la respetable transnacional europea de fachada. Pero falta alguien. Siempre me he preguntado a qué hora aparece el político involucrado. Quizás no cuadraba en la historia. Quizás era complicarse mucho. O quizás, y yo creo que ésta es, resultaba demasiado cliché.
La relación entre política y narcotráfico es añeja. En el Perú deberíamos saberlo. Quizás el primer caso abundantemente documentado es el de Langberg, financista de la campaña aprista en 1980, detenido en México por la posesión de 15 gramos de coca cuando estaba en compañía de Jorge Idiáquez, secretario personal y guardaespaldas de Victor Raúl Haya de la Torre (algo así como lo que fue Mantilla para Alan hasta el año 2000).
Desde entonces el Partido Aprista ha sido el más vinculado a escándalos relativos a ese mundo  (Manuel del Pomar, el hermano de Vaticano, el abogado Freddy Zubieta, etc.). Para ser justos, quizás eso se deba a que se trata del único partido nacional que se ha conservado a través del tiempo. Por supuesto, el gobierno que casi nos transforma en un narcoestado fue el de Fujimori y Montesinos: desde el narcoavión presidencial hasta el juicio (y tortura) a Vaticano, ese régimen nos regaló abundantes evidencias de la relación narco-política.
En estos días, dos casos nos ocupan: el de los narcoindultos presidenciales (en el que Aurelio Pastor parece haber sido simplemente el Jesse de este particular Breaking PAP) hasta el de Nancy Obregón (excongresista, nada menos, del partido oficialista y, ¿ya se olvidaron?, aplaudida de pie en la CADE 2006).
Los dos partidos, oficialista y principal opositor, han empezado a jugar a “nosotros narcotraficamos menos” en otro de los cada vez más cotidianos espectáculos de caradurismo de la clase política.
Un debate más saludable sería empezar, de una vez, a conversar sobre cuánto ha penetrado el narcotráfico no sólo en nuestra política, sino en los más distintos niveles de la sociedad. Cómo lo hemos normalizado. Todos esos prósperos negocios de los que es “evidente” que están lavando. Ese personaje mitológico que es el cocalero sin poza de maceración. Ciudades enteras del país en las que “todo el mundo sabe” quiénes son narcos. Es hora de empezar a abordar este tema en serio, abiertamente, sin limitarlo al minorista ni evitar aristas políticamente incorrectas. Dejar de pretender que podemos ser el segundo (¿o el primero ya?) exportador de cocaína en el mundo y que la vida continúa normalmente, que no pasa nada.
Categoria Sin categoría


No hay comentarios:

Publicar un comentario