Estamos seguros de que incluso el oficialismo y sus aliados esperaban de la presentación del Primer Ministro mayor altura política, de sentido estratégico, así como respuestas y políticas integrales frente a algunas preocupaciones más importantes de la gente.
Los antecedentes políticos, ideológicos, académicos, la experiencia y la conocida facilidad oratoria y polémica de Cateriano así parecían indicarlo. Más cuando el mensaje pretende anunciar algo así como un quiebre fundamental en el comportamiento del Gobierno, casi como la inauguración de una etapa nueva de la historia del país, o nuestra incorporación anunciada como una suprema tentación a las prosperidades y el bienestar del “Primer Mundo”.
Pero no. Ni siquiera hizo honor a pedestres presentaciones anteriores, todos preñadas de largas listas de promesas que nunca encuentran el momento del parto, solo de abortos. O una larguísima serie de obras y logros que las más de las veces solo circulan entre la burocracia y los pasillos que en la realidad concreta. A tal punto es consciente él mismo de que nada nuevo llevó en carpeta, que solicitó una delegación de facultades legislativas a fin de que el Ejecutivo aborde los grandes problemas del país directamente, cuyo encaramiento debió tener listo y exponerlo. La propia solicitud es una confesión de que nada tiene claro y es motivo de preocupación, pues no sería extraño que pueda ser usada en acciones clientelistas o populistas, habida cuenta de que entramos en ajetreos electorales.
Tenemos la impresión de que el Primer Ministro ha sido ganado por el espíritu puramente operativo que es marca distintiva del régimen, en grave detrimento de su formación profesional y política, reduciendo la acción de gobernar al simple trámite de hacer obra. Quizá en este momento pueda ser de alguna manera excusable. No es un gobierno que se inaugura, es un gobierno que se va; sería inútil pedirle al final lo que no hizo en sus comienzos.
No es pues el mensaje del presidente del gabinete, aunque así pretenda llamarse, de continuidad sino de continuismo y, por cierto, no es para la grandeza de la patria, como afirma en términos rimbombantes.
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