martes, 21 de abril de 2015

El feliz arte de subrayar libros


Intento infinito de alcanzar las frases sustantivas de un libro

Mucho se ha es­crito acerca del arte de su­brayar libros. La argentina María Mo­reno, por ejemplo, publicó un libro de ensayos litera­rios titulado, precisamen­te, ‘Subrayados’. El crítico español Ignacio Echeva­rría escribió:

“El buen crítico es un lec­tor que sabe subrayar ade­cuadamente, y que, por vir­tud de ello, sabe construir una lectura representativa del texto, basada en citas oportunas. Me viene aho­ra al recuerdo lo que es­cribía Walter Benjamin en una de sus trece tesis so­bre la técnica del crítico: ‘Polémica significa destruir un libro citando unas cuan­tas de sus frases’. Aunque no siempre se trata de eso, por supuesto.”

Y ya que tantos hablan del arte de subrayar libros, no quisiera yo quedarme sin decir lo mío.

PARA LOS QUE  SERÉMOS EN  EL FUTURO
Hace unos meses me re­encontré con mi vieja bi­blioteca. Libros que habían quedado fuera de mi acce­so durante bastante tiem­po. A muchos los había añorado con nostalgia. De otros, guardaba el recuer­do de su existencia, aso­ciada con otra etapa de mi vida. A unos cuantos los ha­bía olvidado. ¿Yo tenía este libro? ¡Qué bueno, ahora sí lo voy a leer! Y al abrirlo descubrir, no sin cierto ho­rror, mi propio subrayado en sus páginas. Lo había leí­do. Y lo había olvidado.

Por supuesto, los únicos ejemplares que subrayo son los míos. No solo por evitar dañar la propiedad ajena o influir en la lectura de los demás, sino porque no tiene sentido: yo subra­yo los libros para mí mis­mo. O mejor dicho, para la persona que seré en el fu­turo. Así, cuando esa per­sona vuelva a esos volú­menes se encontrará no sólo con el texto sino tam­bién con la lectura que ella misma (yo mismo) hizo en el pasado. Y evaluará si supo subrayar adecua­damente. En palabras de Echevarría: si encontró las citas oportunas.

Pero claro, ¿cuáles son las citas oportunas? Mis su­brayados de hoy no coinci­den con los de hace años — no todos, al menos— y en el futuro también subraya­ré frases distintas. Los su­brayados en un libro como una especie de cápsula del tiempo. Consultar mis su­brayados antiguos es tam­bién, de alguna manera, ex­plorar mi pasado, practicar una arqueología de mis mo­dos de leer.

PARA REENCONTRAR
Cada uno lee a su mane­ra, por supuesto: cada lector es un mundo. Pero no pue­do evitar volver una y otra vez al recuerdo de una pro­fesora de la universidad que, cuando se enteró de que un alumno leía sin subrayar, le preguntó: “Y cuando pasa el tiempo, ¿cómo haces para encontrar algo? ¿Lo vuelves a leer entero?”. Quizás a esas edades uno cree que lo lee lo recordará por siempre. Esa frase, en todo caso, marcó un momento clave en la his­toria de mi aprendizaje del subrayado de libros.

Porque a subrayar libros también se aprende, desde luego. Nadie nace sabiendo cómo se hace. Además, mu­chos llegamos a los libros cargados de escrúpulos: la idea de que cuidar los libros significa mantenerlos impo­lutos, intactos, como ajenos al paso del tiempo y las lec­turas. Al principio mis subra­yados eran escasos y muy pulcros, en un intento de res­petar esa suerte de carácter sagrado del libro.

Con los años aprendí a respetar los libros de otra manera. Dejé de verlos como objetos de culto y em­pecé a sentirlos mis amigos. Unos muchachos que com­parten conmigo su sabidu­ría, me entienden sin que tenga que decirles nada y están ahí siempre que los necesito. Cuando veo en mi biblioteca un libro muy poco gastado para los años que tiene, me pregunto si en ver­dad debería estar ahí.

HUELLAS PROPIAS Y AJENAS
Maniático como soy, algo de eso quedó en mi manera de subrayar los libros. Por lo general busco que mis su­brayados se puedan enten­der leídos por sí mismos, sin que haya que revisar el con­texto para captar el sentido esencial. No sólo subrayo: también trazo corchetes y flechas, escribo comenta­rios en los márgenes, hasta dibujo una especie de sig­no de exclamación gordito y relleno de lápiz junto a los pasajes que me gustan mu­cho. (Esta técnica se la copié a otra profesora.)

La palabra ‘marcapági­nas’ se usa en España para designar al señalador, ese pequeño artilugio que se deja en el lugar en que se interrumpió la lectura, para saber luego dónde retomarla. Pero ‘marca­páginas’ connota también otros sentidos: escribir, subrayar, hacer líneas, fle­chas, garabatos, lo que a uno le dé la gana. Dejar en las páginas las marcas pro­pias es, también, una ma­nera de apropiárselas.

Y cuando leo un libro su­brayado por otro (sobre todo si conozco a ese otro, y más aún si es un amigo), sigo con mucho interés sus subrayados y anota­ciones. De alguna mane­ra, leer un libro subrayado por otro es meterme un poco en su intimidad, en sus ideas y sus estructuras mentales, en su pasado. Como si esa otra persona estuviera ahí al lado mío, señalándome cada tanto: “Mira, ¡qué bueno esto!”. Una de las tantas magias de la literatura.

*Vásquez (Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. Ha publicado la novela breve Támesis y otros cuentos (Uni­versidad de La Plata, 2007) y el libro de cuentos Partidas (Bubok, 2009).La nota apa­reció en www.letraslibres. com/blogs

No hay comentarios:

Publicar un comentario