En marzo de 1971, hace casi medio siglo, César Hildebrandt y yo hicimos una entrevista a Víctor Raúl Haya de la Torre, entrevista que conserva, creo, interés histórico y político, y rasgos inesperados de actualidad. El diálogo, peleón, sin complacencias pero con respeto, fue publicado en dos ediciones de Caretas.
Lo traigo a la memoria por un aspecto, que autocríticamente reconozco: la publicación reprodujo escrupulosamente las palabras, pero omitió referencias espaciales, contexto de ambiente. No mencionamos, por ejemplo, la austeridad del mobiliario en esa residencia de Haya, que no era de su propiedad. Se trataba de Villa Mercedes, en Vitarte. Tampoco anotamos la sobriedad del anfitrión, que solo nos brindó un vaso de jugo de naranja.
A primera vista me impresionaron el viejo y macizo escritorio y la estantería, vetusta igualmente, situada a espaldas del político. Exactamente al alcance de sus brazos estaba lo que llamaré el dispositivo Vallejo: libros del poeta y acerca de este, con las huellas de la frecuentación. Los anaqueles estaban combados por el peso de los libros y el paso de los años.
En estos días, a causa del escándalo del narco Gerald Oropeza con personajes del Apra como Facundo Chinguel y otros del entorno de Alan García, se ha recordado que el narcotraficante Carlos Langberg compró, después de muerto Haya, la casa de Vitarte. Él la pobló con muebles del mal gusto típico de los nuevos ricos. Alguna vez vi una imagen de ese nuevo escenario, y comprendí, una vez más, que a veces la antigüedad es clase, y lamenté que no hubiéramos incluido en la entrevista con Haya el paisaje doméstico que lo rodeaba.
La dirección aprista, ya en manos de García, había consentido el negocio de Langberg con la casa. Fue una forma de irrespeto a su jefe y fundador.
Fue, igualmente, la señal de que entre el Apra y los narcotraficantes existen antiguos y constantes vínculos. Alan García y sus secuaces, marcados por la pasión fenicia del dinero (“la plata llega sola”), deberían reconocer y pedir disculpas por la existencia de esa relación con el delito más sucio de la tierra, cuyo crecimiento ha sido favorecido por el aprismo. Deberían también prometer que no reanudarán sus esfuerzos por convertir al Perú, con sus instituciones como el Poder Judicial y la Policía, en un Estado narco, con delincuentes aficionados a los autos de lujo y mercenarios capaces de asesinar por un puñado de dólares.
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