miércoles, 11 de julio de 2012


PERU: POESIA CLASISTA PARA EL DIA DEL MAESTRO

Hernán Condori / Jimmy Calla Colana
Lunes 9 de julio de 2012




MAESTRO
Soy un maestro
que enseña justicia
sabiduría
y libertad.
Así reclamo
mi dignidad,
a los cuatro vientos,
sin miedo de hablar.
 Desde la cumbre
hasta la ciudad
soy maestro forjado
en el yunque
a golpes de libros de acero.
 Incandescencia
del saber primero
para bien enseñar.
 Soy maestro
de los nuevos hombres
de pobres
y ricos de toda edad.
 Porque merecido lo tengo
el respeto
me da mi lugar.
 Miedo no tengo a nada,
porque por todo he pasado
y hasta prisión
por defender a mi pueblo
me han dado.
 Una eterna huelga de hambre
por un sueldo malvado,
son mis versos
y mi canto
de fuego de faro.
 Maestro:
Coraje
Maestro no es cualquiera.
Maestro es amor a primera vista
por la humanidad
 Maestro:
Paciencia y lucha
por sembrar
nuevos bosques
con mentes frondosas
de niños y hombres
que siempre alcen vuelo
hacia la justicia
y la libertad.
 Paciencia y lucha
por llenarlos de amor
de maestro,
como el que me enseñó
a mí.
¡Gracias maestro!
 
MAESTRA ANDINA
 
Corazón de paloma
Corazón de piedra
Urpichay de oro
Surpito naciente
Papita en capullo
Habita en florcita
Estrella germinadora
Paqarina de existencia
Canchita quesito
Estoy aprendiendo
De tus manos
Que hicieron surcos
en tus surcos de esperanzas
estoy allí regando.
 
BRINDIS DE UN MAESTRO
 
En una vieja cantina de esteras
junto al albero
del arenal de Pachacútec,
allá en Ventanilla,
una tarde gris y húmeda
alegremente platicaban
cuatro maestros
que también eran poetas.
 
Se brindó por la patria,
por el suelo que los vio nacer;
por la luna y las estrellas,
y por las mujeres
que un día les hicieron llorar,
por esas noches de lujuria, y espanto.
Por la vil moneda
que cual mundano dios todo lo puede,
menos doblegar los seres de principios.
 
Sin embargo,
el maestro poeta se levantó,
faltaba su saludo,
el de maestro,
luchador y poeta ,
el verdadero, el completo,
de sentimiento impoluto
y de talento reconocido.
 
Les miró fijamente
e inundó de fuego
su copa de vino .
 
Se golpeó el pecho
y volaron los botones
de su camisa
de un solo tirón,
quedando a pecho abierto
ante los desorbitados ojos
de los presentes.
Se quedaron pasmados todos;
y remangando
sus raídas mangas
de su vieja camisa,
dijo así:
Brindo por el verdadero maestro,
el verdadero,
no por aquel que vive de sus colegas,
pidiéndole monedas por un vil contrato,
¡no!, no brindo por aquél,
que desde el poder halla consuelo en lo profano,
en el placer de la colega
que exige un derecho.
Ni por aquel que usando un efímero poder
desgarra sus pasiones
en el fango de la corrupción.
Yo no brindo por ellos,
y menos por los que se sirven del cargo sindical, los traidores.
Jamás con los que se sientan en la mesa del patrón,
los que se venden por millones de soles,
 
Yo no brindo por ellos.
 
Y con el corazón desgarrado
entre mis manos les digo:
Siento no complacerlos
este 6 de Julio.
Brindo, sí, por el maestro,
el verdadero, el que lucha
el que me legó sus sabias enseñanzas,
el que moldeó mi alma,
como arcilla de barro,
el que quiere niños
que sonrían a flor de piel,
el que canta y vive con su pueblo,
el que quiere sembrar el cielo
aquí en la tierra,
el que sigue a Cristo crucificado
en la desidia de ustedes.
 
¡No, colegas!
Yo no brindo por ellos.
Brindo por el maestro
de la costa de la sierra y de la selva,
por el maestro rural andino, costeño y amazónico,
¡sí, por ellos yo brindo!
 
Brindo por mi maestra,
que me enseñó cuando era niño
y me inculcó lo que vale el cariño
y que la amistad se mide
siempre con principios.
 
Por ella,
que me envolvió en sus brazos,
que me arrulló con sus canciones de oro
y me regaló su corazón entero.
 
Por ti, maestra,
que no te olvido,
por ti que desafiaste al tirano ,
por ti que vuelas como águila imponente,
por ti,
que como gaviota
despegas tu vuelo
y en sus dorados picos llevan
ramas de olivo de dignidad.
 
Por mis maestros
Juan José Carpio Mostajo,
Juan José Vega
Miguel Constantinides
Felipe Ramos
Dora Benavente de Paz
Olinda Arata
Abel Callirgos
Mauro Sánchez Chumpitaz
ellos si
me enseñaron
a pensar en el mañana
como algo muy bello
anhelarlo con pasión y vehemencia.
 
Por ellos,
los responsables de mi destino,
los que me enseñaron
a nunca tener miedo,
ni a pensar en grandezas ostentosas
ni en riquezas malhabidas.
 
Por ellos,
los que templaron
mi alma en acero.
 
¡Por ellos yo sí brindo, señores!
 
Ellos señalan
y vigilan mi camino.
 
Por el anciano maestro,
adorado, bendecido y olvidado,
por sus arrugas
que pesan en mi hombro,
y a la vez me alivian,
porque son un bálsamo en mi diario batallar
 
Por el maestro
que cayó en combate
porque su sangre
es el color
que un día nuestro pueblo
y la vida han de tener.
 
Por el maestro preso,
por el maestro enfermo,
por el maestro sin trabajo,
por Doris Sakatoma,
maestra meritoria y sin trabajo
que nos mostró su estirpe combativa
a pesar de su embarazo
Por ti, colega y compañera
de luchas e ideales.
 
Por todos ellos,
Por todas ellas,
¡yo sí brindo!
 
Y déjenme llorar,
Por favor, déjenme llorar,
que así
desfogue mi agonía mortal,
que como hoguera inacabable
incendia mi alma
y asesina mi cuerpo.
 
Dejad que llore,
porque son falsos e insensibles
porque no veo en ustedes
a maestros de verdad.
 
El maestro luchador y poeta enmudeció,
ningún ruido interrumpió
su sentimiento nacido del coraje a toda prueba,
de la convicción y la dilección infinitas.
 
Todo ello indicó
que sobre la vieja estera de Pachacútec
emergía inconmensurablemente
una épica tremolante
que vencía la tristeza y la desilusión,
que mostraba victoriosas la gratitud y la esperanza.
 
¡Salud, maestros,
pero maestros de verdad!
 
MAESTRO, POETA Y LUCHADOR SOCIAL
 
Había una vez
un gran maestro, poeta y luchador social.
Todos decían que era de una clase rara,
incluso que su especie
estaba en extinción.
 
Con sus manos limpias
moldeaba la arcilla humana
por un futuro mejor.
Su canto
era su única carta de presentación.
Un amanecer de frío otoñal,
sus colegas,
sus alumnos y padres de familia,
discípulos todos de él
lo homenajearon y ovacionaron
por sus sabias enseñanzas.
Fue tan aplaudido
que él se sintió inmensamente feliz,
pero nunca perdió su humildad.
 
Seguidamente
este maestro, poeta y luchador social
con el poemario en mano alta
comenzó a declamar
sus versos de viento y fuego.
Atónitos escuchaban todos
con ojos casi brillosos
como aureola mágica
de un nuevo amanecer.
La manera
como el auditorio
pletórico escuchaba
era inenarrable.
 
Había un silencio infinito,
sólo se escuchaba la voz potente
del maestro, poeta y luchador social.
Verso tras verso,
una estrofa y otra,
prosa tras prosa...
 
Sus palabras parecían tener aroma
de rosas, de geranios y claveles,
todos bermejos encendidos de rubí.
Sus poemas, unos cortos, otros extensos,
eran directos pero muy sencillos.
 
El poeta gustó tanto,
que el auditorio atiborrado
gozoso lo aceptó.
Cuando estaba en la mitad
de lo mejor de su oratoria,
y cuando el auditorio se encontraba
en lo más alto de su limbo gozoso,
el poeta calló,
sus ojos se oscurecían, se humedecieron.
Se le nublaban por las desgarradoras metáforas,
pero también inmensamente esperanzadoras.
El maestro, poeta y luchador social
respiró hondo y volvió en sí,
sin dejarse vencer por el martirio,
siguió declamando con la fuerza
de un implacable gladiador.
Los ojos del auditorio brillaban
como un inmenso rocío
que llegaba al corazón.
Era el mejor momento de la poesía.
 
Cuando el maestro, poeta y luchador social
como puma en alto
apoyado en el oratorio
inclinando su cabeza
para rematar su última metáfora,
del fondo se escuchó,
una soterrada y destemplada voz,
de aquellos que nunca faltan,
que amparado en la oscuridad,
provocadoramente gritó:
 
¡¿Por qué tú poesía es triste?!
¡Eres un resentido social!
¡Eres un renegado!
El maestro, poeta y luchador social,
calló.
 
El auditorio también se sorprendió,
y cuando todo parecía acabar...
con esas fuerzas que solamente está
en los que tienen una inagotable reserva moral,
inesperadamente sucedió.
El maestro, poeta y luchador social,
como si nada hubiese ocurrido,
Sin hacer caso a tamaña provocación
levantó su cabeza, siguió y avanzó.
 
El auditorio atiborrado,
impresionado y con más adhesión
siguió escuchando la hermosa poesía
del maestro, poeta y luchador social.
Que se entregaba con toda su energía,
con lo mejor de su oratoria
hasta nuevamente hacer gozar
de la palabra, convertida en rayo.
Pero el maestro, poeta y luchador social,
con voz entrecortada
por el mustio sable de la injusticia,
momentáneamente paró,
no podía más...
Todos lo miraron
vestido de luces y de hialino transparente
cuando iba a callar...
sacó fuerzas...
iba a parar...
pero siguió.
El auditorio
cabía en su asombro,
algo tenía que suceder,
escuchaban su voz esperanzadora
y él los miraba a todos muy tiernamente.
 
Y desafiante dijo:
¡Sí, mi poesía es triste!
¡¿Y qué?!
Porque la realidad,
ahora es triste
y el artista popular tiene que reflejar,
no solamente eso, sino el nuevo amanecer.
de un pueblo
que inexorablemente se levantará
para desafiar a los monstruos
de la clase dominante.
 
La respiración del público se paralizó,
ninguna estrofa fue olvidada,
todos los versos, toda la prosa fue terminada
y al concluir el recital
lo hizo tan bien
que el auditorio rompió el silencio
para tornarse bullente
por el ímpetu del maestro, poeta y luchador social.
 
Así, el educador, vate popular,
poeta marginal y militante popular,
alcanzó la gloria, arañó el cielo,
su nombre corre por todo el arenal,
y su compañía son la luna, el viento,
la neblina, las esteras, los niños y
el alma matinal de la gente de bien.
El maestro, poeta y luchador social
es el nuevo símbolo del hombre nuevo
y de un mañana mejor.
 
ORACIÓN DE UN MAESTRO
 
A ti, maestra incomprendida, educadora sujeta a las fatigas, desalientos, sin sabores que entrañas esa misión sublime,
pero a la vez desdeñada. Quiero dirigirme con estas líneas,
porque como tu compañero de trabajo, sé muy bien lo que es sentirse agobiado por el peso del abuso, de la injusticia, la incomprensión, y aunque cumplimos con agrado y con amor,
no deja en muchas ocasiones de costarnos mucho.
Aquí te leo una oración que te servirá de alivio en aquellas horas y días inaguantables; porque quiero compartir ese consuelo
y optimismo que caracteriza a la mujer maestra, voy a leerte
una de los que más nos convoca. Reafirmémonos en nuestra sublime vocación y enfrentemos alentados por nuestra dignidad y los corazones de nuestros niños a la clase dominante
y sus gobiernos insensibles y apátridas,
que no permiten nuestra liberación.
 
“Oh maestro, es la hora de mi oración. Y voy a hacerla esta noche aquí, en mi cuarto oscuro, a la luz de la lámpara de mi velatorio roto; después de corregir la última prueba
de mis alumnos; la último de esta noche...
porque mañana volveré a comenzar con los cuadernos.
Oh maestro, desde aquí estoy viendo mi salón,
su piso de tierra, su techo de plástico
y esas 35 boquitas hambrientas,
e inquietas a las que tengo que enseñar.
Desde aquí veo a Jampiercito... mi martirio del aula, seguramente se comió su propio lápiz
y no tiene sus útiles completos.
Y a Antonella, que es un huracán
y me pone los nervios en punta cuando se mueve
de un lado a otro y alborota toda la mañana;
los mismos padres quieren que la suspenda,
pero yo me opongo.
Y a Jaimito... que parece estar distante,
él está en un mundo lejano y que no comprende
más que con mucha dificultad y mucho retraso
–si es que llega a comprender algo-.
Y a Waltercito..., que se queda dormido a mitad de clase,
él no toma desayuno, muchas veces su papá
no tiene trabajo y su mamá murió de tuberculosis,
pero con la pelota: ahí se convierte en un as.
 
Hasta los más avanzaditos
me cansan esta noche de comunión.
Los siento a todos allí, corriendo, inquietos, molestos, exigentes, ni siquiera me dejan respirar.
Oh maestro, no tengo nada que ofrecerte, mi corazón sufre cada día más y más, mi voz está afónica.
Tengo dos electrocardiogramas, el médico me dice que tengo que dejar mi vida agitada, pero eso es imposible,
estoy condenado a luchar.
Oh maestro, es tan grande este desaliento
que quiero caer aquí mismo. ¡Pero no, no maestro!
Mañana será otro día y es necesario estar listo
y decir en esa aula de esteras, sin gritar:
“Niñitos, un poco de silencio, por favor,
vamos a comenzar la clase...”
Como toda mañana, desde hace veintidós años...
 
Quiero laborar por ellos los de las escuelas de esteras,
sin esperar ninguna recompensa,
además, quiero darlo todo,
sin condiciones, sin esperar nada.
Pero, oh maestro, esta noche, esta noche
no voy a pensar más, porque quiero descansar,
quiero dormir, quiero reposar por ellos,
para estar mañana como nuevo, en un nuevo día,
con fe , entusiasmo, y con alegría”
 
ORGULLO DE MAESTRO
 
He cultivado maíz
Y nunca pude ser feliz
jamás pensé en grandezas
y menos en riquezas
en este mundo
de vivos y muertos
de ricos y pobres
de sapos y serpientes
de pulgas y dinosaurios
de lisonjas, traidores y calumnias
quisieron destruir mi alma
quisieron destruir mi mente
rompieron mis espaldas
trituraron mis pulmones
y con el corazón
sangrando entre mis manos
gritaré:
jamás pudieron derrumbarme.
 
POR PACHACUTEC Y MI PERÚ
 
Repartir quiero mis días
Con otros maestros del Perú
Y partir mis llantos y alegrías
Con todos aquellos que aman Mi Perú
Desplegar a todos mis brazos
Y consolar sus penas y pesares
entre sonrisas y cantares
dar mi vida por lo nuestro y Mi Perú
Y si algún día me rindiera
Dame valor por el Perú
Que aquí nadie se rinde
ni se vende
Por el magisterio de Mi Perú
El día que yo me vaya gritaré:
Maestro yo no traigo nada
De cuanto tu afecto me diera
Todo lo dejé en la arenada
De Pachacútec y Mi Perú.
 
Compartir quiero mis días
Con otros maestros de Mi Perú
 
En Pachacútec en tiempo
de frío y hambriera
donde se lucha
por lo nuevo de Mi Perú
Allí sembré mis ardores
Vuelve tus ojos allí
Que allí he dejado una flores
De consuelos y amores
Y ellos si te hablarán de mi
 
EPÍLOGO DE UN MAESTRO
 
Agarré mi pluma
como un verdadero gladiador.
Para que mi canto
fuera puro.
Para que mi poesía
siquiera sea libre.
Para que mi metáfora
sea un fragor en la aurora.
Para responder a los vilipendios
e infundios de los espantapájaros malos.
Hoy cuando he terminado
este canto
este poema
mi pluma está triste
mi pluma está acongojada
de tanto que he sufrido.
De tanto que he llorado

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