domingo, 4 de septiembre de 2016

Teófila, testigo del día más largo y sangriento en Accomarca


Relato de horror. Teófila Ochoa Lizarbe es sobreviviente de la matanza de Accomarca. Su madre y sus cinco hermanos se encuentran entre las más de 60 personas asesinadas por efectivos del Ejército el 14 de agosto de 1985, por lo que acaban de ser condenados el jefe político militar de entonces y otros nueve acusados.
Teófila Ochoa Lizarbe  sobrevivió a la masacre
Teófila Ochoa Lizarbe sobrevivió a la masacre. Foto: Virgilio Grajeda.
Logro. Criminales fueron sentenciados 31 años después
Logro. Criminales fueron sentenciados 31 años después.
1985. Bajo un árbol de molle enterraron a las víctimas
1985. Bajo un árbol de molle enterraron a las víctimas.
Teófila Ochoa Lizarbe  sobrevivió a la masacre
Logro. Criminales fueron sentenciados 31 años después
1985. Bajo un árbol de molle enterraron a las víctimas
Han pasado 31 años de uno de los crímenes más horrendos cometidos por las fuerzas del orden, como fue el caso de Accomarca, pero Teófila no lo ha podido olvidar. Las imágenes vuelven en cualquier momento y las lágrimas brotan sin poder contenerlas. “Es como una película. No puedo entender cómo pudieron ser tan salvajes”, cuenta. Su testimonio ante la Sala Penal Nacional fue contundente. Con detalles narró cómo los militares torturaron a los hombres y violaron a las mujeres antes de asesinarlos, acusándolos de terroristas. Aquí lo comparte con La República.
He perdido a mi madre, Silvestra Lizarbe, a mis cinco hermanos: Edwin, Celestino, Ernestina, Víctor y Gerardo. Yo tenía 12 años. Mis hermanos eran de un año, de 3, de 5, de 7 y de 9 años. Ahora soy la única que queda.
Ese día, mi madre me levantó y me dijo “trae los animales”. Y cuando estuve yendo, el lugar de Lloqllapampa estaba rodeado. Por todos lados estaban los militares. Asustada regresé a mi casa.
“Mamá, algo está pasando”, le dije. Y al poco rato, tres militares entraron gritando: “¡Asamblea, asamblea!”.
Casa por casa, entraban y se llevaban a la gente. Otros no querían ir y los llevaban, empujando, golpeando.
Al ratito vinieron otros militares y le gritaron igualito. Mi mamá me dijo que me quede en la casa cuidando. Yo tenía miedo. “Yo quiero irme contigo”, le rogué. Ella no quiso.
“Quédate. Porque el chancho, los animales van a entrar a la casa, van a hacer destrozos”, me ordenó. Entonces, por única vez en mi vida, me dio un abrazo y me dijo: “Te quiero. Cuida la casa”.
Se fue con cuatro de mis hermanitos, uno cargado, otro jalando de la mano. Y como tanto lloraba me dejó con mi hermano Gerardo.

Si el molle hablara

Nos quedamos en la casa, mirando lo que estaba pasando en la pampa. Golpearon a los hombres, a los ancianos, arrastraban a las mujeres bajo un molle y las abusaban. Han hecho lo que han querido. Si ese molle tuviera boca, hablaría todo lo que ha pasado.
En filas los llevaron a la casa del señor César Gamboa. Entonces, vi a mi mamá, movía su mano, como despidiéndose. Seguro ella sabía en ese momento lo que iba a pasar.
Metieron a hombres, mujeres y niños. Apenas entraron empezó la balacera. Después,bomba se escuchó e incendiaron la casa. Militares los mataron y los quemaron para que no queden evidencias.
Luego, los militares entraron a las casas, buscando si había quedado alguien. Cuando los vimos, salimos corriendo. Mi hermanito escapó para abajo y yo para arriba. Yo corría, volteando a verlo. Primero lo siguieron a él, y lo balearon. Después, los militares fueron tras de mí, me llamaron con su mano. Yo seguí corriendo y comenzaron a balearme.
Me tropecé en una piedra y me caí al huaico. Ellos bajaron a buscarme. Yo me escondí en una piedra grande. Por todos lados me buscaban. Yo estaba sin zapatos para no dejar huella, para que no me encuentren, para que no me maten.
Desde allí vi que se llevaban a los niños. A una niña la introdujeron en una casa, ella gritaba desesperada. La balearon y prendieron fuego. Yo lloraba escondida, con miedo.

Parecía un desierto

Me quedé bajo un árbol toda la noche, llorando desesperada, temblando, escuchando el aullido de los perros. Como un desierto quedó ese lugar. No podía creer lo que había pasado. “Estoy soñando”, pensaba. Era una cosa horrenda.
Como a las cuatro de la mañana, mi prima Catalina Ochoa susurró en quechua: “¿pitacc kanqui?” (¿quién es?)”. Yo tenía miedo, pero como era voz de mujer respondí: “Kaypim kachkani” (aquí estoy).
Llorando me dijo: “yo también he quedado huérfana, mi madre he perdido”.
Me llevó donde mi abuelito. Tres días después regresamos para enterrar a nuestras familias. Desde lejos olía verdaderamente como a chicharrón. Los cuerpos chamuscados estaban. Había brazos, cabezas, piernas calcinados.
Rápido, los mayores hicieron huecos, dos, tres fosas y bajo un árbol hemos enterrado. Teníamos miedo de estar allí porque escuchábamos el helicóptero que venía.
De mi madre hemos encontrado una parte, de la cintura para arriba, y con mi hermanita cargada. Su cabecita al suelo cayó. Al ver todo eso, desesperada, me he desmayado.

Éxodo de terror

Yo no podía mas permanecer en ese lugar. Era terrible para mí. Una semana después me fui. No soportaba ese dolor de perder a mi familia.
Vivíamos allí como podíamos, guaneando nuestra tierra para que el próximo año salga buena cosecha. Sembrábamos maíz, trigo, calabaza, fruta. Con eso vivíamos, con nuestros animales.
Acá, en Lima, fue un sufrimiento. Yo era quechuahablante. Cuando iba a trabajar a una casa me decían “serrana”, “terruca”, me maltrataban, me daban las sobras para comer, dormía en el piso.
Para mí era un infierno también. No he podido estudiar porque todos mis pensamientos eran para lo que he visto. Como una televisión pasaba por mi mente. No podía ni dormir bien. Pensaba que los militares me seguían. Estaba traumada total.
Muchos han quedado como yo, huérfanos de su madre, de su padre; viudas, todos traumados. ¿Cómo podemos olvidar lo que pasó?
Han pasado 31 años para que den una sentencia. Les han dado diez años a algunos, 25 a otros. Pero ahorita están sueltos, libres, andando.
Nos citaron para las 11 de la mañana, para la una de la tarde, para las tres, y empezó a las ocho de la noche. Nos decía que esperemos, sin explicación. Y cuando entramos nos hacía alzar las manos, nos rebuscaban, como si fuéramos los asesinos. Hasta el final nos han agredido las autoridades. Ojalá que el presidente Pedro Pablo Kuczynski escuche nuestro clamor y que ahora los busquen.
Todavía no hemos enterrado a nuestras familias. Pedimos que aceleren con la construcción del Lugar de la Memoria. Para tener dónde llevarles una flor. Ahí recién sentiré paz, aunque nunca podré olvidar lo que pasó.

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