martes, 30 de julio de 2013

CESAR VALLEJO, POETA Y REVOLUCIONARIO

 
“César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro…”
César Vallejo
Del dolor y las imprecaciones
El evento se ha caracterizado por la resignificación de su vida y obra. Se ha recusado la imagen de poeta del dolor y la tristeza, imagen unilateral
 que ha quedado como estereotipo de su persona y su poesía y se ha recuperado el sentido agónico, afirmativo y vital, de su militancia política y su creación artística.
Aguda y certeramente José Ignacio López Soria, en la ponencia que presentó en el simposio y se publica en este número, afirma lo siguiente: “Y no es ciertamente casual que Los heraldos negros sea un canto al dolor que brota de la vida, y España, aparta de mí este cáliz un canto a la vida que brota del dolor. En el primer caso, la vida sin determinaciones se concreta en dolor; en el segundo, el dolor determinado se universaliza en la vida. Este juego entre dolor y vida resume, de la mejor manera, la dialéctica vida/obra y forma/contenido de ese largo y sufriente peregrinaje de Vallejo que culmina en una comunión plena con la vida nueva que nace del dolor viejo y que no es sino expresión de la apuesta del poeta por la vida, por la invencibilidad de la sustancia humana”. Esta dialéctica es el eje central que acompaña la vida y obra del poeta.
De la percepción honda y desgarrada de la tragedia del ser humano, expresada de modo visceral e imprecatorio en los Heraldos negros, hay un salto transformador y revolucionario que se expone en los Poemas humanos y España aparta de mí este cáliz, en que el rechazo del sufrimiento y la muerte (Masa) va asociada a la defensa de la vida como proyecto que se hace realidad a través de la lucha político-social. La lucha revolucionaria de la España republicana es el leiv motiv que permite la expresión plena del ánimo vital y propositivo que nunca dejó de estar presente en la vida  y  obra del vate, de modo explícito en su praxis de la segunda mitad de los años veinte del siglo pasado.
La revolución como afirmación de la vida
Por indolencia o interesadamente se desconoce o niega al Vallejo político y revolucionario. Militante convicto y confeso del Partido Socialista de Mariátegui desde su fundación, en 1928, en que zanja de modo tajante con las tesis nacionalistas del APRA y Haya de la Torre. En Tesis para desarrollar la acción en el PerúParis, 29 de diciembre de 1928, Vallejo suscribe: “Nosotros sostenemos y sostendremos, a todo evento, la independencia del proletariado, dentro de su propio partido de clase. Tal punto está casi unánimemente aceptado, Se discute la forma en que el Frente Único se realizaría…”. En la misma fecha, la Célula Parisina del Partido Socialista del Perú, en que milita Vallejo, manifiesta: “La ideología que adoptamos es la del marxismo y la del leninismo militantes y revolucionarios, doctrina que aceptamos en todos sus aspectos: filosófico, político y económico-social. Los métodos que sostenemos y propugnamos son los del socialismo revolucionario ortodoxo…”
No solo se trata de de una militancia socialista confesa sino de un compromiso que se sustenta en una lúcida definición del rol del artista revolucionario, que se afinca en la incólume afirmación del carácter autónomo de la creación artística: “pero en mi calidad de artista, no acepto ninguna consigna o propósito, propio o extraño, que aun respaldándose de la mejor buena intención, someta mi libertad estética al servicio de tal o cual propaganda política…”. Estas son frases polémicas contra el afán de “partidarizar” el arte que propugnan Haya de la Torre, en el Perú, y la III internacional a escala universal.Literatura Proletaria, París, agosto de 1928.
Premonitoriamente y al calor de los debates con la cada vez más influyente III internacional, en América Latina, Vallejo concluye su artículo Ejecutoria del Arte Socialista (publicado en Variedades N° 175, Lima, 6 de octubre de 1928) afirmando lo siguiente: “El poeta socialista no ha de ser tal solamente en el momento de escribir un poema, sino en todos sus actos, grandes y pequeños, internos y visibles, conscientes o subconscientes y hasta cuando duerme y cuando se equivoca o se traiciona. Esta y no otra es la ejecutoria de un artista socialista, que la sepan los desorientados colonos de Moscú en América”. Ocho meses después, en abril de 1929, las tesis de Mariátegui son rechazadas en la Conferencia Comunista de Montevideo, y a su muerte en abril de 1930, el Partido que fundara se convierte en comunista y se afilia a la III Internacional. Vallejo se aleja de ese partido y, en 1932 se incorpora al Partido Comunista Español y combate por la causa republicana. Milita en este partido hasta el día de su muerte en abril de 1936.
No es casual entonces que Moscú guardara sepulcral silencio sobre la obra vallejiana. Los Heraldos Negros se publican en Rusia recién en 1972. Tampoco es casual que los comunistas peruanos tuviesen escaso interés en reivindicar al Vallejo revolucionario y militante. Y buena parte de la otra izquierda, criolla y eurocéntrica, cuando no ignorante o indolente, no caló jamás la envergadura de la poesía vallejiana y su militancia política; su universalidad nacida desde el fondo del sentimiento indígena. Al decir de Mariátegui: “Vallejo es el poeta de una estirpe, de una raza. En Vallejo se encuentra, por primera vez en nuestra literatura, sentimiento indígena virginalmente expresado…”. Menos entendieron el alcance gramsciano de sus definiciones y opciones sobre el artista y la revolución, la idea clave del intelectual orgánico.
Es indispensable hacerle justicia, reivindicar su militancia revolucionaria, socialista. De poética combatiente, propositiva, “de la apuesta del poeta por la vida, por la invencibilidad de la sustancia humana”, en la exacta definición de J.I López Soria. De hombre aupado en la alegría y en la felicidad inevitable del mañana.
No permitamos que le “sigan pegando duro con un palo”.

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