Por: Juan Carlos Tafur
Cancelada la transición que se inició el 2001 –en verdad ya lo había hecho hace cinco años, cuando el país se dividió entre quienes querían regresar a los 90 y los que querían hacerlo a los 70–, es imperativo recrear el proceso.
Si ganase Pedro Pablo Kuczynski –hay que esperar el resultado oficial de la ONPE– urge, sin duda, un gobierno plural. Liberal democrático, como corresponde a la estirpe ideológica del candidato, pero con una convocatoria amplia, que respete así la votación de la segunda vuelta sin olvidar el mandato del 10 de abril.
Y ello, a diferencia de la transición estrenada por Paniagua, pasa por incluir, sobre todo, a los que fueron excluidos del 2001, los propios fujimoristas. No se trata tan solo de un asunto pragmático que PPK debería atender, dada la mayoría congresal de Fuerza Popular, sino de un tema de política de Estado y de sostenibilidad democrática.
Resulta difícil pensar en una suerte de cogobierno, porque el fujimorismo seguramente resentirá la dureza de la campaña, y porque además sus naturales expectativas electorales para el 2021 o para las regionales y municipales del 2018 no le aconsejan asumir algún tipo de responsabilidad en un gobierno ajeno. Pero de hecho no deberían ser excluidos ni excluirse.
Los mandatos de la transición permitirían una eficaz institucionalidad democrática, un Estado inclusivo y un mercado libre equitativo. En los tres aspectos, los últimos tres gobiernos han avanzado, pero de modo claramente insuficiente para la mayoría de la población.
En dichos aspectos, el fujimorismo puede y debe aportar. No solo tiene una ideología cercana a la de PPK sino que tiene un poder político que abona a favor de ello. Apostar por la exclusión o el sabotaje llevaría a una situación de ingobernabilidad que no le conviene a nadie.
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