Por: Juan Carlos Tafur
Si se hace realidad la idea fujimorista de plantear, a partir de su mayoría parlamentaria, propuestas de gobierno que vayan más allá de los parámetros estrictamente legislativos y que comporten acciones ejecutivas, podríamos arribar, dentro de lo problemático que puede ser que el Ejecutivo y el Legislativo estén en manos diferentes, a un estado virtuoso de competencia de poderes por establecer reformas.
Ya no estaríamos atrapados en el terrible escenario de un Ejecutivo paralizado por un Congreso obstruccionista sino ante uno acicateado por un poder parlamentario dispuesto a ejercer su poder.
No es, de todos modos, el mejor escenario. Se preveía como posible que hubiese un concurso de intereses entre dos agrupaciones políticas bastante coincidentes en materia de reformas y que en asuntos macroeconómicos eran casi calco y copia, pero eso, por el momento, no parece posible.
Quizás el tiempo permita conciliar tales propuestas -como es deseable-, pero igual no deja de ser políticamente alentador que podamos terminar viendo un escenario donde dos poderes del Estado compitan para bien, en el afán de acometer los graves problemas republicanos pendientes.
Se espera un gabinete convocante, y a la vez propuestas razonables en ese sentido. Además de los cuatro puntos de agenda señalados (seguridad, anticorrupción, agua y descentralización), podría agregarse el tema de la reforma política, y a sabiendas de que traerá controversia podría sugerirse la creación de una comisión de alto nivel encargada de elaborar la propuesta.
Que haya casi cien congresistas identificados con un modelo proinversión y creyente en la empresa privada, de la mano con un Ejecutivo coincidente, es quizás la mejor ocasión en nuestra historia republicana de dar un salto cualitativo en el lapso democrático de cinco años. No puede desperdiciarse por problemas menudos o rencillas caseras.
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