Por: Juan Carlos Tafur
No se entiende esta morisqueta del fujimorismo de darle tamaña densidad política a un inconducente pedido de disculpas por parte de Pedro Pablo Kuczynski para, recién entonces, resolver la posible vinculación del mismo con el Gobierno.
El bloque naranja no está obligado a ser parte de la administración de PPK ni a prestarle su concurso. Con todo derecho, a pesar de las semejanzas ideológicas, puede decidir fungir de balance opositor del régimen y marcar las diferencias que, de otro lado, sí existen entre una derecha liberal tecnocrática –por decirlo en términos sumamente generales– y otra de raigambre más popular.
Es más, el control que este Congreso, con mayoría de Fuerza Popular, está llamado a ejercer sobre la gestión Kuczynski bien podría ser el mismo que hubiese existido si Keiko Fujimori ganaba la elección y se inclinaba por un gabinete tecnocrático bajo el mando de alguien como José Chlimper.
Las leyes disponen que una votación significativa a nivel congresal derive en una mayoría (Fuerza Popular no ha obtenido el 56% de la votación parlamentaria, pero tiene ese porcentaje de congresistas), bajo la consideración de que quien gane en la votación presidencial también tenga dicha mayoría. No se pensó para un escenario como el que ha sobrevenido.
Y, claro, resulta tentador ejercer ese poder. No parece, sin embargo, que sea ese el mejor camino para el fujimorismo. Más rentable, electoralmente hablando, sería asumir la corresponsabilidad del éxito del Ejecutivo que asumir el inevitable descrédito del Congreso. El partido más beneficiado, si le va bien a PPK, será el naranja. El principal ganador con su fracaso será el Frente Amplio.
Pero, en fin, el eventual perfil opositor fujimorista es válido y democrático. Si opta por ser oposición bronca y áspera, bienvenida la competencia de poderes. Ella se devalúa de arranque si se encarama sobre un absurdo disfuerzo como el que venimos apreciando.
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