Por: Juan Carlos Tafur
En el fragor de la contienda electoral, ambos candidatos vienen labrando alianzas que, a la postre, pueden tirar por la borda la expectativa de que el ganador emprenda, con rapidez y profundidad, las grandes reformas estructurales pendientes.
Se entiende que las asperezas crezcan en la campaña y no causa alarma, en consecuencia, la respectiva dosis de dramatización política que se aprecia, pero lo que sí preocupa es que, enfrascados en la batalla campal, ambos contendores hayan soslayado por completo siquiera alguna promesa en el sentido de las reformas indicadas.
Lo peor que le podría ocurrir a este quinto Gobierno democrático consecutivo es que termine arrastrado por el statu quo. En esa circunstancia, se nos vendría encima una apuesta radical antisistema antes de lo previsto.
Complace ver que el país reafirma el sentido de lo avanzado en los últimos 25 años en materia de modelo económico – que lleguen dos finalistas de derecha a la segunda vuelta es algo que no ha ocurrido antes en el país y es, inclusive, una rareza en la región–, pero es preciso recordar que el pueblo también ha emitido una alerta final sobre la urgencia de dejar el piloto automático y trascenderlo.
Afanosos por ganar las elecciones del próximo 5 de junio, tanto Keiko Fujimori como Pedro Pablo Kuczynski han decidido recolectar apoyos de grupos o partidos políticos refractarios a las reformas indicadas, algo que si bien les puede dar los votos que necesitan para ganar en las urnas, podría terminar complicándoles la gobernabilidad, condenándolos a la inercia.
Ninguno de los dos puede perder de vista que desde el mismísimo 6 de junio corresponde otro afán y es el de armar cuadros y diseñar políticas radicales para sacar al país del entrampamiento, no solo económico, sino, sobre todo, institucional, en el que se halla.
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