Por: Martin Scheuch
Se sabe que una parte significativa de quienes se consideran católicos comprometidos votarán por la hija del dictador solo porque se ha manifestado en contra de la despenalización del aborto y de la unión civil entre homosexuales.
Su conciencia moral la reducen a estos dos puntos y no les importan los vínculos con el narcotráfico, la propagación de mentiras, los signos de corrupción presentes en la campaña, la defensa de la pena de muerte ni la amenaza autoritaria que representa la candidata.
El católico fujimorista mira con buenos ojos el autoritarismo, le agrada la mano dura –pues cree firmemente que a él no le va a afectar–, ve con gusto la imposición de ideas sin necesidad de dialogar ni negociar. Así como obnubila su capacidad crítica ante la ilusa promesa de seguridad unida a la represión que postula Fuerza Popular, de igual manera le rinde pleitesía al cardenal Cipriani y arrodilla servilmente su pensamiento ante sus exabruptos doctrinales — como condenar la pena de muerte cuando la defiende Alan García, pero considerarla un asunto de conciencia cuando es Keiko Fujimori quien lo hace—.
Al católico fujimorista le interesa que las leyes se ajusten a sus convicciones morales aunque el país se caiga en pedazos, se conmueve ante los gestos de asistencialismo social —sin importarle que se usen solo con fines clientelistas— y nunca se le verá marchando al lado de las mujeres esterilizadas a la fuerza, de los deudos de los asesinados por el Grupo Colina, o de los jóvenes amantes de la libertad y la democracia.
Tampoco le importa que puedan haber muertos y desaparecidos, pues es ciego ante el sufrimiento y la injusticia.
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