Mientras que el Sodalicio está en el ojo del huracán, el cardenal Cipriani está pasando piola y guarda silencio. No es para menos, pues este instituto de vida consagrada, que tiene su cuartel general en la arquidiócesis de Lima y que desde hace más de cuatro décadas ha cometido abusos en perjuicio de jóvenes bajo su responsabilidad, siempre ha apoyado a Cipriani en todas sus iniciativas.
Mons. Eguren y Mons. Schmalhausen, obispos sodálites, firmaron la carta del 28 de agosto de 2015 para respaldar a Cipriani en el asunto de los plagios en un artículo publicado en el diario El Comercio. Asimismo, ACI Prensa, la agencia de noticias dirigida por el sodálite Alejandro Bermúdez siempre ha mostrado su apoyo incondicional a Cipriani, informando de manera complaciente y servil sobre cualquier palabra o actividad del arzobispo limeño.
Cipriani ha defendido su inocencia al argumentar que el tribunal eclesiástico interdiocesano, donde ingresaron las denuncias contra Figari, es autónomo y que él como moderador sólo cumple funciones administrativas, pero no ve los casos. Pues resulta que en el derecho canónico no existe esa figura, ya que todo tribunal eclesiástico diocesano o interdiocesano debe tener un obispo a la cabeza, el cual tiene potestad judicial como juez de primera instancia.
El cardenal Cipriani, ignorando directivas vaticanas, no ha elevado denuncia ante las autoridades civiles por los delitos señalados. Tampoco se ha comunicado con las víctimas para informarles sobre el estado de las denuncias ni para acogerlas pastoralmente.
Nunca más que ahora son actuales las palabras que Juana de Arco le dirigió a los obispos del tribunal eclesiástico que la condenó: “Los hombres de Iglesia no son la Iglesia”.
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