No volverán a clausurar nuestra memoria. No vencerán a nuestra Verónika. No nos vencerán.
A Verónika.
Soñó Garcilaso: Soy Garcilaso de la Vega aunque ahora me llamen con otro nombre. Tengo 21 años y eso dicen que es ser joven, pero sé que voy a durar poco por lo poco que duramos los hombres, y sé también que después caerá la extensa noche sobre mi como ya se ha puesto sobre mi patria, pero no quiero morir.
Una semana antes de que saliera del Cusco tuve un sueño que no he cesado de recordar. Me veía montado sobre el alazán. Íbamos a todo trote. Corríamos, casi volábamos. Subíamos al cielo. Nos deslizábamos casi verticales sobre una de las cornisas del norte de la montaña santa. Nada podía detenernos.
Cuando llegamos a la cima, advertí que un jinete venía detrás, agucé la mirada y descubrí que era mi padre, el capitán del rey don Sebastián Garcilaso de la Vega. Aquieté el caballo para que él pudiera darme alcance y así pudiéramos avanzar juntos como lo hacíamos siempre durante mi niñez.
Cuando su caballo alcanzó al mío quise mirar su rostro, pero no podía verlo bien. Desde el sombrero hasta las botas, todo él estaba cubierto por una sombra de un color morado. Pensé que estaba muerto, y tal vez se lo pregunté, pero no quiso aclarármelo.
Más bien, él quiso saber de dónde venía yo, y le respondí que de la ciudad imperial. Me preguntó entonces adónde me dirigía, pero yo me quedé en silencio, y por fin respondí:
—No sé.
—¿Qué es lo que no sabes, Gómez Suárez de Figueroa?
—No lo sé.
Me interrogó por último si yo sabía hacia dónde conducía ese camino o hacia dónde me estaba llevando el caballo. Tampoco pude responderle, pero mi padre insistió.
Encogí los hombros, y le dije que no sabía adónde estaba yendo. Mi padre enmudeció y continuó cabalgando a mi lado.
—Si no lo sabes, entonces vamos por buen camino.- aseveró.
Se nos cayó la noche encima, y era tan morada como la sombra de mi padre, pero continuamos avanzando.
Mi padre y yo habíamos salido del Cusco, y eso era lo que importaba. No era necesario saber cuál era nuestro destino. Avanzar era lo que importaba, y nosotros lo hacíamos, y por eso volábamos como si ya fuéramos fantasmas.
Se cumplen hoy 400 años de la muerte de este hombre acaecida en España. Tuvo que salir del Cusco para guardar la memoria de quienes fuimos. Sin él seríamos ahora una nación de fantasmas. Un país sin acta de nacimiento tendríamos que ser y también una reducción de colonos serviles y felices.
Sin embargo, hace 400 años, del Cusco vino el sueño y la memoria, y ya no podremos nunca dejar de ser nosotros con nuestra inmensa historia, con la responsabilidad de guardarla y de fundar el futuro. De vez en cuando la sombra maldita de los encomenderos ha de descuartizar Túpac Amarus o de encerrar nuestros sueños, pero no volverán a clausurar nuestra memoria. No vencerán a nuestra Verónika. No nos vencerán.
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