Por Juan Carlos Tafur
Nuestros candidatos andan tan cegados por sus guiones de marketing que desperdician ocasiones de oro para conectar con el electorado. Vimos el caso de Lima y cómo los postulantes no ofrecen nada a sus habitantes, aunque sean un tercio de los votantes.
Hoy asoma otro asunto cargado de intensidad en redes y medios que no convoca ninguna reflexión y mucho menos propuesta: los colegios privados deciden a su antojo elevar cuotas de inscripción, de matrícula y pensiones, y lo hacen cada año sin ninguna regulación.
En general, no hay control de precios y debe respetarse tal criterio económico, pero lo que no se dice es que el educativo es un mercado particular, no equivalente al de una tienda de abarrotes.
Cuando un padre de familia decide a qué colegio va a enviar a sus hijos, lo hace pensando en doce años y en condiciones estables, en base a un acuerdo al que llega cuando efectúa la matrícula. No puede andar cambiando a su prole de colegio año tras año. Por eso no le pueden subir precios al desgaire, como no pueden cambiarle de película a mitad de función o cobrarle un extra si quiere ver la segunda parte de la misma, ni tampoco triplicarle la tasa de interés a mitad del crédito hipotecario, etc.
Es un mercado que requiere ciertos controles para funcionar cabalmente. Más aún si los colegios, inclusive los que funcionan con fines de lucro, gozan de exoneraciones tributarias (renta, IGV, predial, etc.) porque realizan una función que al Estado le interesa promover.
Es un mercado imperfecto y si no hay supervisión, los privados abusan de su poder, tal como muchos padres de familia denuncian. Millones de peruanos pasan en estos momentos por tales ansiedades. Mientras tanto, nuestros políticos miran a otro lado.
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