Para los que aún no salíamos de la sorpresa por la inclusión de Lourdes Flores en la plancha de Alan García, los anuncios de este fin de semana sobre las otras planchas inducen a concluir que, en la política peruana, ya nada debiera sorprender.
El tándem García-Flores era sorpresivo por los agravios previos entre ambos incluyendo la consideración de él de que ella era la candidata de los ricos, y la imputación de ella a él de haber sido un presidente corrupto y de robarle una elección.
Pero tan sorprendente como ese matrimonio político es la inclusión de Susana Villarán en la plancha nacionalista encabezada por Daniel Urresti, debido a su posición sobre un asunto como los derechos humanos en que el ex ministro del Interior tiene una acusación muy grave.
Algo parecido a la participación de Vladimir Huároc, quien viene de un sector político tan crítico con el fujimorismo, en la plancha de Fuerza Popular de Keiko Fujimori.
Toda persona tiene el derecho a cambiar de opinión, pero algunas grandes transformaciones requieren una explicación más articulada que solo la de postular a vicepresidente ‘para hacerle un bien al país’.
De lo contrario, se proyecta a la ciudadanía la sensación de que la política es un territorio comanche en el que todo vale y donde todos tienen unos principios que, según la circunstancia, se cambian por otros.
¿Una plancha hace ganar una elección? No. En general, la atención del elector se concentra en el candidato presidencial, y si la persona que va como vicepresidente es muy visible, podría ser contraproducente al opacar a quien encabeza la plancha.
La mala elección de un candidato a vicepresidente puede terminar de destruir un partido, como acaba de ocurrir en Perú Posible. O hacer perder votos. Hay varios casos de esto último a nivel local, pero el ejemplo más notorio es el de Sarah Palin en la plancha republicana en Estados Unidos en el año 2008.
Las planchas pueden abrir espacios para aportar pluralidad, llegar a segmentos específicos, o contrarrestar temores del elector sobre el candidato, pero no son decisivas.
Y ahora que hay tanto candidato a vicepresidente llenándose la boca sobre lo que harían en el gobierno, se les debiera recordar que su trabajo es llamar todas las mañanas a Palacio para preguntar si el presidente amaneció bien de salud. Si la respuesta es positiva, a esperar hasta el día siguiente para hacer lo mismo.
Y también se les debiera recordar lo que decía John Adams, el primer vicepresidente de Estados Unidos, sobre su puesto: “El cargo más insignificante que jamás haya tramado la inventiva del hombre o que haya concebido su imaginación”.
Libertad para los presos políticos en Venezuela esta Navidad.
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