Rosa María Palacios analiza las alianzas y sostiene que de la mugre política, con partidos que son franquicias que se venden al mejor postor, no saldrá nunca un buen gobierno.
¿Qué les puedo decir? Si hace 6 meses alguien me hubiera dicho que Lourdes Flores sería la candidata a la vicepresidencia con el candidato presidencial García o que Susana Villarán lo sería del candidato presidencial Urresti, simplemente me hubiera reído.
No hubiera pasado de esos disparates que se dicen para hacer bromas. Algo así como si Keiko hubiera llevado a un caviar en su fórmula. Ooops!. Eso sí ha pasado. Bueno, algo así como si Martha Chávez fuese candidata de la lista de Verónika Mendoza. Eso. Pero mejor ni lo pienso, porque tal vez sucede.
Por eso los casos de Mercedes Aráoz, exministra y excandidata presidencial del Apra ahora con PPK o Anel Townsend, que transitó por UPP y PP, ahora con Acuña, son moco de pavo en comparación. Un paseo de scouts.
Villarán asocia su nombre (nada más que el suyo, han hecho saber su exasociados) a un proyecto nacionalista mediocre y fracasado en términos políticos, que está de salida del poder, que lleva a un acusado y hoy procesado por graves violaciones a los derechos humanos cuando era el Capitán Arturo en Ayacucho. Tal vez decidió suicidarse simbólicamente, no lo sé. En esta locura no la acompaña nadie, ni de izquierdas, ni de derechas.
¿Decir que hace esto para que Keiko no gane? Es la excusa más patética que he escuchado. ¿Le dio un ataque de omnipotencia? ¿Ella salvará al Perú del fujimorismo? Ni Urresti y sus bravatas más burdas habrían ido tan lejos. ¿Una defensora histórica de los derechos humanos al lado de un procesado por violarlos? ¿Para limpiarlo? No lo limpia nada. Ella se ensucia y de la peor manera, oportunista, que pueda haber existido. Una lástima.
Cabe anotar, sin embargo, que las planchas presentadas muestran, en general, un problema más profundo. “La política está loca” es la frase con la que una joven me definió la situación. Como si la política fuera un paciente psiquiátrico lleno de conductas incoherentes, sin rumbo determinado, sin convicciones. Sí pues, está loca. No queda otra. No sé el diagnóstico clínico, pero la política peruana podría tener uno y la enfermedad ser incurable.
La política está enferma. Sus síntomas son falta de institucionalidad, ausencia de democracia interna, caudillismo, poca transparencia, oportunismo, desaparición de ideologías o al menos, convicciones, banalización. ¿Sigo? Sí, se puede seguir. Los partidos son una ficción jurídica. No existen.
Esos que llamamos partidos son un remedo de organización, manejado por un propietario de la inscripción que la franquicia al mejor postor. Eso es la política peruana y de esa mugre no saldrá nunca un buen gobierno. Es imposible que exista democracia sin partidos políticos. Y no hay partido sin ideario, sin militancia, sin formación de bases, sin programa mínimo. De esos partidos no existe ya casi ni uno.
Para muestra un botón. Nano Guerra García era el candidato presidencial del Partido Humanista hasta hace pocas semanas. Ahora es el candidato presidencial de Solidaridad Nacional. ¿Eso es serio? ¿De verdad?
¿Por qué sucede esto? ¿Son los políticos seres ajenos a la realidad? No. Son un reflejo exacto de ella. Un país donde el 80% de la PEA es informal, donde la palabra empeñada no vale nada, donde el más fuerte (o el que se cree más fuerte) abusa del más débil y el más débil abusa en cuanto puede, donde la autoridad no se respeta, donde la ley se cumple solo si hay miedo de por medio, ¿qué políticos va a producir? Unos informales, inconstantes y oportunistas. Los que, en el mejor de los casos, serán honrados por convicción personal pero que, en el peor de lo casos, ven el Estado como un botín. Y a veces ni siquiera como un gran botín. Una mera repartija de puestos públicos.
¿Tienen ellos la culpa? Sí. Nadie ha obligado a Lourdes Flores o a Susana Villarán a tomar las desastrosas decisiones que han tomado. Aunque sea para un cargo decorativo como vicepresidentas. Pero nosotros también tenemos la culpa. ¿Por qué? Primero, porque nosotros los elegimos. Segundo, porque como sociedad no hemos sido capaces de lograr la demandada reforma de la Ley de Partidos Políticos y del sistema electoral, en general, para adecentar este desmadre. Aunque el Congreso se oponga, debemos seguir protestando contra este sistema caótico que ningún pueblo merece. Y si es necesario salir a las calles, pasada la primera vuelta, pues salgamos. Reforma, ya. Para parar ese circo.
Porque si las planchas son un disparate, esperen a febrero a ver las listas parlamentarias. Un gigantesco ¡Plop! no alcanzará para describir lo que viene en esta campaña donde la promiscuidad y el oportunismo es la única ley que se respeta.
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