KVarios columnistas han disertado sobre lo caviar, recientemente lo han hecho Gonzalo Portocarrero y Aldo Mariátegui. Este apelativo refiere a un sector influyente de nuestra política pero que nadie termina de definir con exactitud. En todo caso, lo caviar sí existe; en el Perú sí hay una casta profesional más o menos de izquierda, bastante influyente y que se siente dueña de la corrección política.
Ahora bien ¿por qué caviar? Primero por lo más simple, porque la izquierda no es políticamente orgánica y este fragmento de ella lo es aún menos. Más bien, se trata de un núcleo de académicos no agrupados bajo una denominación. De allí que el epíteto reemplace una omisión insalvable: el propio nombre.
Lo caviar se destaca por su diagnóstico sobre el país, principalmente desde las ciencias humanas, políticas y sociales. De hecho, se ha posicionado en la investigación sobre la realidad nacional y en la defensa de los derechos humanos, temas en los que su hegemonía viene respaldada, muchas veces, por estudios de posgrado en el extranjero.
De lo caviar se critica su enraizamiento en bolsones del sector público y en las ONG, de allí que el concepto aluda también un modo de vida pequeño burgués que irrita a algunos. Sin embargo, ser de izquierda y vivir bien no tienen por qué oponerse: al contrario, las ideologías políticas han predicado siempre el bienestar social, ni el marxismo es la excepción.
A “los caviares” se les cuestiona también no constituirse en alternativa de gobierno para el país, a pesar de su alta profesionalización. Hablamos sí de una intelligentsia, pero bien distante del intelectual orgánico del que nos habla Antonio Gramsci. Al contrario, aquellos tienden a manifestar un abierto desdén contra el activismo político, una notable intolerancia contra quienes defienden posiciones ideológicas distintas, y caen con frecuencia en el facilismo de adjetivar al contrario.
Lo caviar, reitero, no tiene nombre, por eso se le denomina así, más allá de la analogía con la gauche caviar francesa de los tiempos de François Mitterrand. No caben dudas de que estamos hablando de un concepto algo vago y es complicado saber a quién encajárselo, pero el debate continuará mientras los aludidos no se tomen un buen baño de humildad y le ofrezcan políticamente al Perú algo más que su disgusto contra todo lo que no se les parece. Cuando adquieran sustantivo propio que avisen, seré el primero en usarlo.
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