viernes, 5 de febrero de 2016

"El candidato perfecto"

El postulante ideal no debe tener incondicionales militancias ni relaciones familiares con algún gobierno del pasado.

Un candidato perfecto para estas elecciones presidenciales debe tener una hoja de vida impecable. Sin procesos judiciales vigentes, sin denuncias penales conocidas (o por conocer), sin investigaciones por lavado de activos. Sin hijos por reconocer, sin vinculaciones al narcotráfico. Con CV, no con prontuario. No debe ser un apurado fugitivo de su propio pasado.
Un candidato perfecto debe llegar flameando la bandera de la renovación para fumigar nuestra alcantarilla electoral. No debe tener incondicionales militancias ni relaciones familiares con algún imperfecto gobierno del pasado. El árbol genealógico es un cordón invulnerable en la historia de un político. Aquí no aplica la memorable frase “Soy su hermano pero no sé nada” que dijo un nervioso pariente del narcotraficante Reynaldo Rodríguez López allá por los años ochenta. Ya sabes, Keiko: si eres la hija o el hijo, tienes que saber.
Un candidato perfecto en el Perú ha renunciado por sentido común al desgaste ideológico de los partidos políticos. No es del Apra (Alan) ni militó en el Apra (lo siento, Barnechea), mucho menos es tránsfuga (chau, Anel). Ese candidato perfecto tiene en su aparición un aire indiscutible de novedad. Good bye, mister PPK.
Un candidato perfecto tiene un sustento irrefutable en sus propuestas. Es inteligente y didáctico explicando sus planes de gobierno y las reformas económicas que este país tan estancado necesita. El candidato perfecto habla clarito, sin caer en vacíos lexicales. No cae en parálisis verbal cuando le preguntan por gobiernos dictatoriales (con mucho respeto, Verónika Mendoza); ni se muestra con sospechosas amnesias al olvidarse lo que dijo el día anterior (postea, Julio Guzmán). Ese postulante es alguien que despierte admiración en el discurso y en los hechos. Proyecta seguridad y acción.
Un candidato perfecto tiene a la consecuencia como un dogma de fe. No ha cambiado de camiseta como si fuera un jugador de fútbol a la caza de una riqueza todavía esquiva. El candidato perfecto no miente (vaya con Dios, Alejandro Toledo) ni cae en mediáticos oportunismos (hola, Renzo Reggiardo). Ese candidato soñado es un académico sin tacha, una mente lúcida que ha brillado en aulas. Es un hombre culto, que lee mucho para no copiar las ideas a los otros. César Acuña no puede ser ese candidato. 
Un candidato perfecto no suma futbolistas ni actores en sus listas del Congreso para sobrepasar su valla electoral y evitar la desaparición. Ese candidato perfecto que tanto hemos esperado debe estar en campaña por alguna parte del mundo. Lo único de lo que estamos seguros es que no es peruano. Por eso, y muchas cosas más, las elecciones presidenciales en el Perú seguirán siendo ese triste accidente político donde a veces gana el mal menor y siempre pierde Lourdes.

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