Ninguna campaña política es igual a otra y menos en el Perú. Pero esta está teniendo algunas particularidades reconocibles en la campaña del 2011. Humala no era un outsider, sino un candidato repitente, pero su supuesta propuesta chavista – el terror de los empresarios y el goce de sus opositores –lo convertía en el diferente al resto, “el otro”. Ante ello y en pro de “salvar a la patria” (lo escuché, no es broma) se formó una coalición (o confluencia como gusta decirse en la izquierda) de intereses transitorios que tenían como único fin acabar con Humala. Adversarios políticos, aterrorizados propietarios de medios de comunicación, la Confiep entera (ahí están en el archivo sus avisos contratados para prevenir el fin del mundo) y todo el NSE A se abocó a esta cruzada de descalificación que logró –como era previsible, si tuvieran un poco de seso– el triunfo de Humala.
No hay nada que ayude más a un candidato pequeño, desconocido y sin plata que un apanado sin ideas y solo con descalificaciones personales y mitológicas. Fujimori es hijo de esa estrategia fallida, como lo fue Humala y estuvo a punto de serlo Acuña, sino fuera porque los medios frenaron las banalidades –como sus problemas de articulación lingüística– y se dedicaron a hacer lo que se debe: investigar con seriedad. Acuña cae por sus errores y delitos (plagiar lo es, por si no lo sabían), no por un acoso del poder de facto.
El caso de Guzmán es diferente. Está siendo victimizado por sus propios oponentes en la desesperación por sacarlo del segundo lugar. Ya sea en mesa, con toda clase de leguleyadas, ya sea con acusaciones ridículas como que es humalista, sionista o el receptor de dinero millonario. Alan García, quien lleva a su adversaria vencida al insulto de, “la candidata de los ricos”, como su primera vicepresidenta cree que alguien lo va a seguir con su nueva chapa de ocasión para esta campaña. #ElCandidatoDeLosNarcos pegó, para su desgracia, mucho mejor.
Guzmán puede y debe ser combatido en el campo de las ideas. Sus respuestas siempre en el espacio del centrismo “políticamente correcto”, sin tomar una causa que lo haga perder un voto, son débiles. Evadir preguntas corrosivas como las del matrimonio igualitario, el aborto o la desregulación laboral con respuestas gaseosas lo ponen en la mira de cualquier buen polemista. Para su fortuna, el elenco estable de la política y el poder no aprende de su propia historia y, como casi siempre, la repite. Lo más probable, es que si sigue en campaña, recibiendo estos mismos ataques, pase a la segunda vuelta con Keiko Fujimori. No por su méritos, sino por los de los que iban detrás de él.
Una segunda vuelta vuelve a repartir las cartas pero, de todos los adversarios, el último que le conviene a Fujimori, es Guzmán. Ella carga una mochila enorme y él viaja ligero de equipaje, siendo, en ese sentido, el más ligero de todos. La única forma de encontrar una carencia objetiva en Guzmán está en su falta de experiencia política, equipos, tecnocracia u otros deméritos derivados de una palabra que se le ha estampado desde el primer día: “improvisado”.
Sin embargo, hay un número considerable de peruanos que están tan hartos, frustrados y cansados de lo mismo que les importa poco asumir todos los riesgos de votar por un desconocido antes de votar por él que ya conoce. El lema de campaña de la reelección de Manuel Prado era “tú lo conoces, vota por él”. Hoy sería una burla ofrecerle eso al votante. Justamente porque lo conocen crece el repudio. “Cámbiame al choro” estaría más acorde con los tiempos de la amoralidad del popular “roba pero hace obra”.
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