miércoles, 2 de marzo de 2016

César Lévano: Nazis en EE.UU.

El éxito creciente de Donald Trump como aspirante del Partido Republicano a la presidencia de los Estados Unidos contiene amenazas para la humanidad y en especial para la América Latina. Una seña alarmante es su cercanía con los racistas asesinos del Ku Klux Klan y con el Partido Nazi –nazi, así como suena– de los Estados Unidos.
Trump se negó dos días atrás a rechazar el apoyo que le ofrecía el Ku Klux Klan; pero ayer, so pretexto de que no había “captado bien” la pregunta, afirmó que repudiaba a David Duke, el jefe del Klan.
La verdad es que Trump es afín a las ideas y los odios del Ku Klux Klan. Resulta, sin embargo, que esa organización que desprecia a los negros, golpea a las negras y ahorca a inocentes, es demasiado repudiable y desacreditada.
Trump puede ocultar su cercanía con el Ku Klux Klan (KKK), pero el KKK no encubre su apoyo a Trump, el racista que ofrece expulsar a once millones de latinos, prohibir el ingreso de musulmanes a los Estados Unidos y erigir un muro a todo lo largo de la frontera con México.
Por otra parte, ya en diciembre el jefe del Partido Nazi estadounidense, Rocky Suhayda, aplaudió la propuesta de Trump de prohibir que los adeptos del Islam pisen suelo estadounidense.
El racismo de la supremacía blanca es una herencia cruel en la tierra del Tío Sam. En anterior ocasión mencioné en esta columna un ensayo del gran novelista inglés Charles Dickens contenido en su libro American Notes, escrito en 1842, a la luz de cinco meses de gira en el país. En esas páginas se relata el salvajismo, la inhumanidad, de los esclavistas.
Veinticuatro años después, en 1866, a fines de la guerra civil estadounidense, surgió el KKK, como una sociedad secreta de blancos heridos por la guerra en que el Norte antiesclavista estaba derrotando a los racistas del Sur.
En los años 20 del siglo pasado, el KKK llegó a tener cinco millones de afiliados, congregados por sentimientos de odio no solo a los negros, sino también a los judíos, a los socialistas y los católicos. El temperamento de violencia extrema y de muerte sin justicia minó a la secta.
La ola democrática y social que sacudió a los Estados Unidos en los años 30 borró en gran parte al clan. En 1944 se disolvió por falta de pago de impuestos.
El humor asesino y antinegro subsiste, sin embargo, como se ve en el asesinato de negros por la policía. Supervive, además, la organización del KKK.
En el país de Lincoln y de Martin Luther King existe un gobierno manejado por corporaciones sin escrúpulos, los bancos, el Pentágono y la CIA. Son funestas premisas de fascismo y violencia

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