SER
Y DIOS EN HEIDEGGER
Gustavo
Flores Quelopana
Miembro
de la Sociedad Peruana de Filosofía
LOS TEXTOS
Heidegger
declara abiertamente que “el Ser no es Dios”, sin embargo en Ser y
Tiempo expresa que es “el trascendente absoluto”. Pero el Ser es lo más
próximo y lo más lejano al hombre que cualquier ente, incluso el mismo Dios. El
Ser es, en realidad, el mismo mundo, no hay otro mundo más allá del mundo, es
inútil buscar un creador del mundo.
Ser y
Tiempo trata de no tomar partido entre el teísmo y el ateísmo, y deja
abierta la posibilidad de un nuevo desarrollo de su pensamiento.
En Carta
sobre el Humanismo traza el camino para resolver “la muerte de Dios”, pues
sobre lo sagrado reposa toda civilización. Y expresa que sólo a la luz de la
esencia de la divinidad se puede pensar y decir lo que la palabra “Dios” debe
nombrar.
De modo
que, como sostiene en El Sendero, sólo el “compromiso por el Ser y para
el Ser” puede dar sentido a la palabra “Dios”. Es el pensamiento el que “prepara
un retorno posible de Dios”.
En El
Final de la Filosofía y la tarea del Pensar se ratifica en su parecer de que
no se quiere negar a Dios, sino que “Dios es un ente, el ente supremo de la
ontoteología”. Y justamente por ello la filosofía debe trascender su pensar,
para interrogarse por “el Ser no del ente sino por el Ser en cuanto ser”. Es
decir, por la posibilidad de la presencia en cuanto tal.
Por no
preguntar, escribe en Introducción a la Metafísica, por el “Ser del ente”
sino solamente por el ente sin más, que el cristianismo convirtió en el “ente
creado”, la tradición metafísica occidental ha sido culpable del olvido del
ser.
En suma,
para Heidegger “el Ser no es Dios”, a lo sumo Dios es “el ente supremo”, pero el
Ser es “lo más lejano y lo más cercano” incluso de este ente supremo. Sólo el
pensar sobre el Ser “posibilita el retorno de Dios”. El Ser está sobre Dios,
sobre ese ente supremo necesario para instituir lo sagrado en toda
civilización.
EL
PROBLEMA
Si el Ser
es la fuente del ente, incluso del ente supremo, entonces, qué ha de ser aquel
Ser iluminador de todos los entes, iluminador incluso de la esencia de
Dios.
EL DILEMA
ETICO
Heidegger
mismo admite que lo sagrado es el pilar de la civilización, y por eso se
preocupa por el camino de un posible retorno de Dios. Es decir, en el fondo
admite una repercusión ética en la superación de la “muerte de Dios”. Con esto
metafísica y ética quedan enlazadas.
Para unos
Heidegger carece de ética, mientras para otros de su planteamiento se deriva una
ética.
Así,
Acevedo Guerra sostiene que Heidegger no tuvo filosofía ética, sino un vago
ecologismo (Ética originaria (Heidegger) y Psiquiatría,http://personales.ciudad.com.ar/M-Heidegger/%C3%A9tica-originaria.htm.p.2).
No han faltado quienes han vinculado su asociación al nazismo y el no haber sido
una persona ética en este punto, con el hecho de que nunca haya escrito
Heidegger una ética.
Por su
parte, Lizbeth Sagols en el Prólogo del libro Heidegger y la pregunta por la
ética (UNAM, México 2001) admite que existen principios normativos que
orientan la existencia humana, y por ello es posible afirmar que en Heidegger
está presente una preocupación ética.
En una
línea similar van las consideraciones de mi amigo, el filósofo toluqueño Noé
Héctor Esquivel, cuando dice en su libro Trazos para una ética Hermenéutica
en la vida y obra de Hans Georg Gadamer, (IESU, México, 2012) “el estudio
de la ética en Heidegger nos remite necesariamente a la crítica de la filosofía
moderna centrada en la subjetividad. Los fenómenos, los objetos, las cosas han
quedado a expensas de la racionalidad del sujeto. Por eso la propuesta
heideggeriana del retorno al ser” (pp. 211-212).
Pero como
no hay ethos sin logos el dilema sigue siendo recuperar la unidad perdida entre
filosofía teórica y filosofía práctica. Y en este punto el problema de Dios,
como fundamento de los valores, es capital.
EL DILEMA
EXISTENCIAL
La
existencia humana se distingue de todas las demás existencias no por el hecho de
tener conciencia de sí misma, como comúnmente se ha afirmando, sino por el
atributo axiológico de poder optar por el bien y el mal.
Un hombre
malo y perverso, tiene conciencia de sí mismo, pero con ello sólo efectúa una
función animal, lo que lo hace humano es su capacidad de enmienda moral, de
dejar de ser un monstruo. Es por ello, que el monstruo humano no nos parece
humano, será hombre en sentido biológico pero no en sentido pleno, es decir,
moral.
Este hecho
revela que en el hombre lo ontológico y lo axiológico están unidos. Cuando
Ortega y Gasset decía que un tigre no puede destigrarse ni una tortuga
destortugarse, pero, en cambio, un hombre puede deshumanizarse, estaba aludiendo
a esta realidad. Sólo que, por su excesivo influjo heideggeriano, no reparó que
en el hombre no todo es proyecto, no todo es historicismo, pues existe la
realidad esencial en el hombre.
El
pensamiento: “El hombre es y se hace en la historia” es incompleto, hay que
añadirle: “El hombre es y se hace a pesar de la historia”. Su propia naturaleza
ontológica exige su realización axiológica. La esencia del hombre es la
realización del valor, y el valor más alto es el valor espiritual.
Es por esto
que se puede afirmar que sin lo ético lo ontológico del ser humano está perdido.
El hombre pierde su ser en la medida que pierde la realización de los valores. Y
los pierde cuando opta por el mal.
Son
nuestros actos los que elevan o hunden nuestra naturaleza humana. Si realizas el
bien despliegas la luminosidad de tu ser, y si realizas el mal repliegas tu ser
en la oscuridad. El espacio humano es casi un claroscuro, ambivalente y
oscilante entre la luz y la oscuridad de su propio ser.
ONTOLOGÍA Y
ÉTICA
El
horizonte de apertura de la realidad humana posibilita una libertad que requiere
de la luz de la razón para decidir su destino. Sólo porque nuestro ente humano
necesita de una realidad objetiva, intemporal, trascendente y transhumana –los
valores-, es dable afirmar que la realidad particular que somos sólo es posible
desde la realidad del ser.
El orden
ontológico humano exige el reconocimiento libre de un orden objetivo de
realidades y valores. De modo que hacerse hombre es ser libertad comprometida no
sólo con la humanidad entera, como supone Sartre, sino, también con Dios, como
fuente de todo valor.
El hombre
es libertad comprometida con lo inmanente y lo trascendente. La carencia
de cualquiera de estos ámbitos lo vuelve en un absurdo, en un ente que ocupa el
lugar de Dios, limita sus posibilidades y divorcia lo que tenemos en sí mismos
con lo que hay fuera de nosotros. El fin existe objetivamente, y se da tanto
dentro como fuera de nosotros. Y es precisamente por ello que
la trascendencia no se agota en el proyecto humano, sino que lo
abarca omnicomprensivamente.
EL SER
PREXISTENTE
Sólo
teniendo en cuenta la diferencia ontológica entre el ente y el ser, se puede
evitar hacer caer al hombre en la Nada. Pero, de igual manera, abrirse a
la trascendencia del ser y convertirse en el pastor del ser, como
preconiza Heidegger, tiene poco sentido cuando dicha trascendencia se reduce a
un ser supermetafísico, místico y poético, que no tiene nada que ver con
la esencia divina, idea o concepto.
En
Heidegger no es Dios el que hace posible el ente, ya vimos que proclama inútil
buscar a un creador del mundo, más bien, es el Ser lo que posibilita la esencia
de todos los entes, incluso el de Dios.
Pero cuando
Dios es concebido como un ente emanado por el ser, como el ente supremo de la
ontoteología, entonces se falsifica a lo trascendente por excelencia. Cuando en
vez de negar a Dios se le rebaja a ente supremo, que recibe su existencia del
Ser mismo, que lo sobrepasa, entonces se corrompe a la trascendencia y se
orienta al hombre ya no a Dios sino a ese ser panteístico que está presente en
todos los seres.
En
Heidegger Dios no es la verdadera trascendencia, sino, la trascendencia absoluto
recae sobre el Ser. Por lo demás, dicha trascendencia absoluta es inmanente al
mundo, está en el mundo, es el mundo. No hay eternidad, solo sobrevive la
temporalidad.
En otras
palabras, de poco sirve eludir la afirmación sartreana que “la existencia
precede a la esencia”, para pasar a sostener heideggerianamente que “el ser
precede a la existencia”, cuando dicho ser ha sido adulterado en
un supraser del cual emana incluso el ente supremo.
Que el ser
preexista a Dios es un contrasentido, sin el cual se derrumba toda la crítica
heideggeriana. El ser que precede a la existencia, incluso a la de Dios, es un
puro concepto pagano de inspiración neoplatónica, en donde el atributo
trascendental del ser se hipostasia incluso a Dios mismo, quedado convertido la
divinidad en el ente supremo emanado del ser.
Pero qué
clase de Dios heideggeriano es éste, cuyo atributo de Ser se le escapa, más bien
depende del Ser para su existencia, y al final su realidad ha de resolverse en
una temporalidad inmanente al mundo.
En buena
cuenta, Heidegger no supera el horizonte de “la muerte de Dios”, ni brinda un
camino real para su superación. Está más bien atrapado por la garra del
iluminismo secularista que lo mantiene prisionero en la jaula de un panteísmo
acosmista que constantemente coquetea oscilante con el ateísmo.
GOLPE
MORTAL
La
consecuencia nefasta de este planteamiento heideggeriano para el hombre de hoy
es que la trascendencia, eliminada ya de la acción humana por la teología de
la muerte de Dios y el New Age, es falsificada y convertida en la
filosofía de Heidegger en un oriental otro mundo imaginario, que alimenta el
deseo de éxodo y ascenso de la mente a ese mundo sutil del Ser, el cual está más
allá de todo ente, incluso del Ente Supremo, o sea, Dios.
La teología
de la muerte de Dios se da la mano con esta heideggerianaontología
preexistente a Dios. Con este quimérico humanismo trascendente, que rompe el
vínculo entre lo ontológico y lo axiológico, Heidegger ahonda el malestar de la
conciencia moderna, y no hace más que añadir desorientación valorativa al ya
aturdido hombre de hoy.
Sin superar
este craso error la filosofía contemporánea no tiene oportunidad de contribuir a
iluminar una salida a la crisis que alcanza todos los órdenes de la existencia
humana.
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