Publicado el agosto 14, 2013 por
msifuentes
El domingo se inició el tramo final de “Breaking Bad”, una de las
cumbres del arte televisivo (desde hace tiempo las mejores narraciones
audiovisuales norteamericanas no provienen de Hollywood, sino de la
televisión). El planteamiento inicial: le detectan cáncer terminal a un
profesor de colegio de química, que alguna vez tuvo el potencial de la
genialidad. Para dejarle dinero a su hijo con discapacidad y a su esposa
embarazada, decide aplicar sus conocimientos científicos (science, bitch!)
a la producción y venta de drogas.
Pero la serie
excede su concepto original y termina convirtiéndose, entre otras cosas, en un
retrato bastante verosímil del mundo de las metanfetaminas. Todos aparecen,
tarde o temprano: desde el adicto más miserable hasta la respetable transnacional
europea de fachada. Pero falta alguien. Siempre me he preguntado a qué hora
aparece el político involucrado. Quizás no cuadraba en la historia. Quizás era
complicarse mucho. O quizás, y yo creo que ésta es, resultaba demasiado cliché.
La relación entre
política y narcotráfico es añeja. En el Perú deberíamos saberlo. Quizás el
primer caso abundantemente documentado es el de Langberg, financista de la
campaña aprista en 1980, detenido en México por la posesión de 15 gramos de
coca cuando estaba en compañía de Jorge Idiáquez, secretario personal y
guardaespaldas de Victor Raúl Haya de la Torre (algo así como lo que fue
Mantilla para Alan hasta el año 2000).
Desde entonces el
Partido Aprista ha sido el más vinculado a escándalos relativos a ese mundo
(Manuel del Pomar, el hermano de Vaticano, el abogado Freddy Zubieta,
etc.). Para ser justos, quizás eso se deba a que se trata del único partido
nacional que se ha conservado a través del tiempo. Por supuesto, el gobierno
que casi nos transforma en un narcoestado fue el de Fujimori y Montesinos:
desde el narcoavión presidencial hasta el juicio (y tortura) a Vaticano, ese
régimen nos regaló abundantes evidencias de la relación narco-política.
En estos días, dos casos nos ocupan: el de los narcoindultos presidenciales
(en el que Aurelio Pastor parece haber sido simplemente el Jesse de este
particular Breaking PAP) hasta el de Nancy Obregón (excongresista,
nada menos, del partido oficialista y, ¿ya se olvidaron?, aplaudida de pie en
la CADE 2006).
Los dos partidos,
oficialista y principal opositor, han empezado a jugar a “nosotros
narcotraficamos menos” en otro de los cada vez más cotidianos espectáculos de
caradurismo de la clase política.
Un debate más
saludable sería empezar, de una vez, a conversar sobre cuánto ha penetrado el
narcotráfico no sólo en nuestra política, sino en los más distintos niveles de
la sociedad. Cómo lo hemos normalizado. Todos esos prósperos negocios de los
que es “evidente” que están lavando. Ese personaje mitológico que es el cocalero
sin poza de maceración. Ciudades enteras del país en las que “todo el mundo
sabe” quiénes son narcos. Es hora de empezar a abordar este tema en serio,
abiertamente, sin limitarlo al minorista ni evitar aristas políticamente
incorrectas. Dejar de pretender que podemos ser el segundo (¿o el primero ya?)
exportador de cocaína en el mundo y que la vida continúa normalmente, que no
pasa nada.
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