AMANTE DEL GÁNSTER, QUERIDA DEL OBISPO
Por: Miguel Mora (Diario El Pais).
Viernes 1ro de marzo de 2013
La ex prostituta Sabrina
Minardi, concubina del difunto mafioso Enrico de Pedis, rompe su
silencio y detalla turbios secretos de la Italia de los setenta y
ochenta. Sexo, Mafia y Vaticano
Mediados de los años setenta, primeros ochenta. Italia
era un polvorín. El laboratorio del mundo moderno. La vanguardia
cultural y política. Plena guerra fría, los años de plomo. Palestinos e
israelíes, la CIA y el KGB, las Brigadas Rojas y el terror negro. Los
comunistas pactando con los democristianos. La Mafia siciliana llenando
las calles de heroína y cocaína. Pasolini asesinado en Ostia. Juan Pablo
II preparando, con el Opus Dei, el inminente hundimiento del bloque
soviético. Aldo Moro secuestrado. Aldo Moro asesinado. La matanza de la
estación de Bolonia. Andreotti, El Divo, y su hipotético beso a Totó
Riina, el capo sanguinario. Sordi y Gassman, Mastroianni, Fellini y
Antonioni. Celentano y el arzobispo Paul Marcinkus, dando alegría a las
finanzas de la Santa Sede. La quiebra del Banco Ambrosiano. El asesinato
de Roberto Calvi (Londres, puente de los Frailes Negros). Y el de
Michele Sindona, banquero de Cosa Nostra: un poco de veneno en el café.
Su vida, como la de muchos jóvenes italianos de
entonces, iba para fábula y acabó siendo un infierno. Minardi va tirando
de la memoria. "No sabes cuántas chicas le llevaba al arzobispo",
afirma ahora. Delinquió, observó, calló, tomó drogas a mansalva, ganó
dinero a espuertas, lo dilapidó; y desapareció durante 25 años. "En uno
de los sacos estaba el cuerpo de la secuestrada, y en el otro, el de un
niño al que mataron por ’vendetta"
Han pasado 30 años y casi todos aquellos oscuros
misterios siguen siendo eso: misterios. Mejor dicho, secretos que no han
sido desvelados. Delitos, muchas veces gravísimos, por los cuales los
culpables jamás pagaron, ni pagarán. "Un país sin verdad", dijo Leonardo
Sciascia. Un agujero negro, diríamos ahora.
De aquel agujero regresó hace cuatro años, de la forma
más inesperada, a través de un programa de televisión -el Quién sabe
dónde italiano-, una dama que cabalgó a fondo aquellos años locos y
sangrientos. La dama se llamaba, y se llama, Sabrina Minardi.
Hoy tiene 50 años. Era una chica de familia humilde,
nacida en el barrio romano de Trastevere. Mona, pero no guapísima, la
belleza no le alcanzó para ser actriz. Pero le llegó de sobra para
hacerse prostituta. De alto standing, lo que hoy se llamaría una escort.
Gracias a su oficio, Minardi conoció de cerca, muy de
cerca, a muchos protagonistas de aquella época salvaje. Delinquió,
observó, calló, tomó drogas a mansalva, ganó dinero a espuertas, lo
dilapidó, enterró a sus amigos y desapareció.
Su vida, como la de muchos jóvenes italianos de
entonces, iba para fábula y acabó siendo un infierno. A los 19 años,
casi adolescente, el 16 de junio de 1979, Minardi se casó con el
delantero centro del Lazio Bruno Giordano, el emblema de aquel equipazo
que pasó a los anales como el más cuchillero de la historia del fútbol.
Fuera del campo, muchos de sus jugadores simpatizaban con los matones
fascistas, varios llevaban pistola y/o navaja, las borracheras y las
broncas eran frecuentes. Dentro del campo se comportaban igual:
arrasaban lo que se les pusiera por delante. Por las buenas o por las
malas.
La relación de Minardi con el patibulario
capocannoniere, trasteverino como ella, de 23 años, ídolo de media Roma,
duró poco. A los dos años nació Valentina, su hija común, que hoy tiene
28 años. Pero enseguida Minardi se hartó de ver a Giordano posando con
actrices de medio pelo en las revistas. Se separaron. Minardi ya no
podría prescindir del riesgo, el lujo y el champán.
Pronto conoció al que sería su amante más fogoso, Enrico
de Pedis, más conocido como Renatino. El tipo era uno de los tres jefes
de la banda de la Magliana, la mafia que dominó Roma, sus palacios y su
periferia durante casi una década. Una noche, Renatino vio a Minardi en
un pianobar de Piazza Navona, y le mandó rosas y champán.
La banda de De Pedis fue en esos años autora y
colaboradora de mil y un crímenes propios y ajenos. Algunos la conocerán
por la novela Romanzo criminale, del juez y escritor Giancarlo de
Cataldo, que luego ha sido también película y serie de televisión
(traducida en España como Roma criminal). Renatino era El Dandi, siempre
impecable, limpio y muy beato; Sabrina Minardi era Patrizia en la
ficción. Más que amor, fueron amigos y amantes durante 10 años.
Ahora, tras pasar 25 años escondida y huida de la
justicia (fue arrestada por ayudar a huir a Renatino), Minardi ha
reaparecido y ha decidido cantar. Contar sus secretos. Pero no todos,
según advierte la periodista Raffaella Notariale en la introducción al
fascinante libro de memorias Secreto criminal, la verdadera historia de
la banda de la Magliana, recién publicado por la editorial romana Newton
Compton y firmado a medias por ambas mujeres. Notariale fue quien
rescató a Minardi del anonimato en 2006: "Le hice aquella entrevista en
televisión, después dejé de verla, y de repente me llamó otra vez en
octubre de 2009. Me dijo que quería seguir hablando".
Como meretriz, Minardi era un cometa y no hacía
prisioneros. Por sus muslos legendarios pasaron ministros, obispos,
cardenales, futbolistas, mafiosos, millonarios, policías, espías,
terroristas. Minardi, como De Pedis, toreaba en todo tipo de plazas. Por
ejemplo, en San Pedro. Calvi, presidente de la Banca Ambrosiana, perdió
la cabeza por ella.
Y el arzobispo Marcinkus no se quedó atrás. En la página
114 del libro, Minardi asegura que se acostó varias veces con el
banquero de Dios: "No sé qué le habrían contado de mí, quizá que era
alegre y mona con la gente generosa. En fin, el caso es que él quería
estar conmigo". "¿Y tú?" pregunta la periodista. "Y yo estuve con él. No
te puedes echar para atrás en situaciones como esa (...) El curilla era
muy directo, no le gustaban los preámbulos", dice. Incitada por la
reportera, Minardi va tirando de memoria: "No sabes cuántas chicas le
llevaba al arzobispo".
Algunos medios italianos han afirmado que Minardi ha
roto su silencio porque necesita dinero; y que colabora con la justicia
para aminorar sus problemas penales. La periodista Notariale explica que
a ella no le ha pedido nunca un euro, y añade que Minardi está enferma,
tiene un brazo casi inútil a causa de un accidente de coche, es ex
drogadicta (lleva años tomando psicofármacos, y la pena le ha sido
conmutada por seis meses de rehabilitación) y está tratando de "ponerse
en paz consigo misma y con su pasado".
Minardi lleva meses colaborando activamente con la
justicia y se ha convertido en el gran testigo de cargo de la Fiscalía
de Roma. Su contribución parece fundamental sobre todo para aclarar uno
de aquellos grandes misterios sin resolver, quizá el más oscuro de
todos: la desaparición de Emanuela Orlandi, una joven ciudadana
vaticana, hija de un funcionario eclesial, que desapareció para siempre
el 22 de junio de 1983, cuando tenía 15 años.
El caso ha estimulado durante este tiempo la imaginación
de decenas de periodistas, jueces y policías. Alí Agca, el turco que
atentó contra el Papa, ha asegurado que sabe dónde está. Pero solo
Minardi parece haber dado pistas fiables. Gracias a su declaración, ya
hay tres personas investigadas por el secuestro. Por primera vez en 30
años. Los tres son viejos amigos de De Pedis.
Según ha contado Minardi a los fiscales, el jefe de los
Testaccini, es decir, Renatino, cabeza del ala más peligrosa y
misteriosa de la banda de la Magliana, tuvo mucho que ver con el
secuestro de Orlandi. Durante años se ha pensado que el gran secreto se
escondía en la increíble tumba de Renatino, sita en la cripta de la
basílica de Sant’Apollinare, iglesia gestionada por el Opus Dei desde
1992, a dos pasos de Piazza Navona, justo donde desapareció Emanuela
Orlandi.
Cuando los fieles protestaron al vicario por haber dado
sepultura en tan sacro lugar a semejante delincuente, fue nada menos que
Giulio Andreotti quien salió en defensa del párroco: "Quizá De Pedis no
ha sido un benefactor para la humanidad, pero desde luego ha sido un
gran benefactor para Sant’Apollinare", dijo el senador vitalicio, que
hoy tiene 93 años.
Según Notariale, Minardi ha aclarado a los fiscales que
el holding criminal de la Magliana tenía relación con la Mafia, la
Camorra, la masonería, los servicios secretos, políticos como Andreotti,
empresarios, banqueros y altos prelados.
Según una declaración de Minardi, entre 1982 y 1984, a
pesar de estar huido de la justicia, Renatino cenó más de una vez en
casa de Andreotti, cosa que este ha desmentido (aunque no suele hacerlo
porque dice que desmentir es dar una noticia dos veces).
Ante la Fiscalía y ante la periodista que le ha
entrevistado, Sabrina Minardi ha declarado que la banda ingresaba su
dinero en el Instituto para las Obras de Religión (IOR) a través de la
Banca Ambrosiana, que entonces presidía Roberto Calvi. Ese dinero fresco
y negro servía, entre otras cosas, para que Juan Pablo II financiara al
sindicato Solidarnosc, de Lech Walesa, con la idea de abrir brecha en
el bloque soviético, siempre según Minardi.
"Recuerdo que Renato una vez llegó a casa con una bolsa
de Vuitton llena de dinero", cuenta Minardi en el libro. "Hicimos los
paquetes, contamos mil millones de liras (cien millones de pesetas de
entonces) y al día siguiente se lo llevamos a Marcinkus".
Según su reconstrucción, De Pedis estaba indignado con
la Santa Sede porque el presidente del IOR se negaba a devolver a las
mafias el dinero que había ido ingresando. Minardi cuenta que el gánster
tenía una relación de gran confianza con el cardenal Ugo Poletti,
presidente de la Conferencia Episcopal italiana; pero que esa relación
no le sirvió para recuperar la inversión. De modo que buscó una forma de
chantajear al Vaticano. El procedimiento fue secuestrar a Emanuela
Orlandi: "La secuestraron y la llevaron a la casa de mis padres en
Torvaianica, cerca de Roma. Renato me dijo que el apartamento le servía
para una noche, que era una emergencia, pero al final la tuvo allí un
par de semanas".
"Renato y Sergio (su chófer) me la subieron en el
coche", prosigue. La chica secuestrada "estaba trastornada, confusa,
lloraba, reía. Le habían cortado el pelo de una forma obscena. Me dijo:
’Me llamo Emanuela".
Un día, Renatino llegó a comer al restaurante Pippo
l’Abruzzese; iba con Sergio, el chófer, y llevaban dos sacos, continúa.
"Fuimos a una obra, y yo me quedé en el coche. ’Así hacemos desaparecer
todas las pruebas’, dijeron". En uno de los sacos, sostiene la mujer,
estaba el cuerpo de Orlandi; y en el otro, "el de un niño de 11 años al
que mataron por vendetta; era Domenico Nicitra, hijo de otro miembro de
la banda".
Según Minardi, la operación tenía un motivo: presionar
al Vaticano para que devolviera a la mafia el dinero ingresado en el IOR
a través del Ambrosiano. El nombre de Marcinkus quedó unido para
siempre a la logia secreta Propaganda Due (P2) y a los escándalos
financieros de la época, como el crash del Ambrosiano. Monseñor mantenía
sólidas relaciones con personajes como Michele Sindona, el banquero de
la Mafia, y el maestro de la P2 Licio Gelli. "Renatino veía bien a la
masonería. Y conocía a Gelli", explica Sabrina Minardi. "Formaba parte
de la lista secreta, de aquella que nunca se encontró. Siempre decía que
ser masón te abría mil caminos nuevos, no solo por el dinero, sino
porque el que pertenecía a ella nunca acababa siendo un desgraciado".
"Muy probablemente", escribe Notariale, "Renatino
intervino en la negociación abierta entre las cúpulas del Vaticano y la
Cosa Nostra para restituir el dinero que la mafia había entregado al
Ambrosiano a través de Calvi". Un favor hubo, "eso es seguro", concluye.
"Si no, no se explica un tratamiento como el que le dieron al
enterrarle en Sant’Apollinare". Según la periodista, la decisión la tomó
el jefe de los obispos italianos: su Eminencia Ugo Poletti.
Pero volvamos a los tiempos felices de la pareja
Minardi-Renatino: "Me hacía mil regalos, maletas de Louis Vuitton llenas
de billetes de 100.000 liras, y me decía: ’Gástalo todo; si vuelves a
casa con dinero, no te abro la puerta".
La pasión duró dos años; Minardi pensaba que Renatino
era lo que le había dicho, el dueño de un supermercado. Verdad en parte:
había invertido los beneficios del tráfico de drogas en diversos
negocios. Leyendo el periódico, Minardi se enteró de que era un mandamás
de la temida Magliana. Empezó a atar cabos y le entró el pánico. En
esos dos años de coca y peligro había visto muchas cosas, demasiadas.
"Un día, unos sicarios intentaron raptar a mi hija, Valentina, y
Renatino me dijo: ’Si te olvidas de todo lo que has visto, no le pasará
nada".
De Pedis se abrazaba y besaba con Pippo Calò, notorio
mafioso siciliano y referente de Cosa Nostra en Roma; frecuentaba al
faccendiere Flavio Carboni (hoy en la cárcel por conspiración masónica a
favor de Berlusconi), despachaba con monseñor Marcinkus y con Calvi, y
mandaba sobre magistrados que siempre conseguían su absolución... En
realidad, Renatino se las daba de empresario, pero había sido un
criminal desde la juventud. Profético, el delantero Giordano, que luego
jugaría con Maradona en el Nápoles, advirtió a Minardi que nunca dejara a
De Pedis tener en brazos a su hija: "Si un día hay tiros, la matarán a
ella también. Al fin y al cabo, todos los capos terminan igual, con la
boca sobre la acera".
En efecto, siete sicarios acribillaron a Renatino a
balazos en la Via del Pellegrino, cerca de Campo dei Fiori, el 2 de
febrero de 1990. Tenía 36 años. Ese día, Sabrina Minardi estaba con él,
de compras por el barrio. Oyó los disparos desde una mercería. Luego, el
bandido fue enterrado en el cementerio de Verano y más tarde trasladado
en secreto a la basílica vaticana. Hace un mes, la Santa Sede ofreció a
los fiscales la posibilidad de abrir la tumba. De momento, estos han
desoído la invitación.
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