Delirio neoliberal
Oficinas públicas cerradas o semidesiertas, museos, monumentos y
parques nacionales sin atención al público por falta de empleados, la
NASA en suspenso, por el recorte presupuestal. Washington paralizado por
el desconcierto de miles de empleados devueltos a sus casas por falta
de pago.
Una crisis que ocurrió por última vez en
el gobierno de Bill Clinton, pero cuyas motivaciones alcanzan ahora una
mayor perversidad. El objetivo inmediato apuesta por traerse abajo la
reforma sanitaria ya aprobada. La medida, una de las principales
banderas electorales del presidente Barack Obama, no es ninguna
estatización de la seguridad social, sino una fórmula mediante la cual
el Estado ayuda a los que por sus escasos ingresos no alcanzan a tener
ningún seguro de salud, a contratar uno con las aseguradoras privadas,
Una
asociación público privada para resolver la desigualdad que genera el
sistema, encubierta por el ideologismo conservador como que la sociedad
produce por una fatalidad del destino, ganadores y perdedores. Cuando
suman cuarenta millones de personas, el tema remece sus cimientos y debe
ser resuelto imperativamente.
La oposición radical a las
políticas públicas la encabeza el Tea Party, movimiento surgido desde la
gigantesca crisis causada por la quiebra del sector financiero. La
economía neoliberal de la supuestamente sofisticada “ingeniería
financiera”, acabó en una gigantesca estafa que hundió a los grandes
bancos de inversión. Para evitar el colapso, Bush y los responsables de
la Reserva Federal se convirtieron en fervorosos estatistas, rescatando a
los quebrados con miles de billones de dólares del erario público.
La
maniobra salvó al sistema pero no evitó la dimensión de la crisis, solo
equiparable al crack de la Bolsa de 1929. Como suele suceder se cumplió
al pie de la letra aquello de que las ganancias de los privados quedan
en sus manos y las crisis se socializan.
La derrota republicana
llevó al gobierno el discurso progresista del Partido Demócrata. Obama
puso en la agenda la necesidad de atender la desigualdad generada por
los neoconservadores, propiciando el gasto público en la educación, la
salud y la seguridad social.
Aquí apareció este sector de las
clases medias y populares profundamente reaccionario, que cree que el
Estado debe reducirse al mínimo y mejor si no existe. El discurso contra
las políticas sociales, la burocracia y los impuestos alcanzó ribetes
que asombran por su radicalidad y simpleza. La idea del Estado mínimo
llevada a su máxima expresión. Actuando como la extrema derecha del
Partido Republicano, su presencia facciosa en el Congreso muestra un
fenómeno difícil de digerir.
Los mueve la idea de la soberanía
absoluta del individuo que por su propio destino debe alcanzar el éxito.
Los que no se vuelven ricos son solo perdedores, seres humanos de
dudosa calidad. La simiente para un conflicto de envergadura está
sembrada.
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