Las redes del chino
Jueves, 03 de octubre de 2013 | 4:30
La soledad del Fundo Barbadillo ha obrado un milagro en Alberto
Fujimori: ahora sí cree en la libertad de expresión. Su repentino
activismo en Internet es por lo menos insólito, si recordamos que cuando
le tocó ser presidente no se molestaba en defender el derecho de
opinión, es más, le disgustaba que la gente dijera lo que pensaba, tanto
que varios periodistas críticos de su gestión fueron silenciados o
torcidos.
Aunque sería posible entender su ingreso a las enajenantes y
embrutecedoras redes sociales como prueba de su depresión clínica, llama
la atención que este señor acceda a Twitter y Facebook con comodidad
cuando la ley le impide contar con soportes tecnológicos. ¿Cómo hace?
Fácil: desde un teléfono público al que sí tiene acceso dicta una serie
de ideas que más tarde son transformadas en ‘tuits’ por sujetillos que,
como sus socios del pasado, son precoces amigos de la sombra.
Fujimori ha vuelto a hacer gala de su perniciosa habilidad para
acomodar la ley a su favor, y ahora está, enseñoreado en la Diroes,
soltando a través de sus ventrílocuos anónimos, delirantes mensajes
diarios en los que se jacta, por ejemplo, de poder resolver la
inseguridad interna que este gobierno ha dejado crecer. También plantea
desactivar el programa Qali Warma y volver al Pronaa; y hasta sugiere
que Humala tiene arreglos bajo la mesa para vender gas a Chile. Así, una
veintena de provocadores ‘tuits’ le ha bastado para perturbar la agenda
política, aprovechando los vacíos del Código Penal y la desconcertante
permisividad del INPE, que administra prisiones como si fuesen
guarderías.
Creo que la opinión es un derecho que no se le debe escatimar a
nadie, pero a la vez encuentro paradójico e indignante que el mismo
hombre que consintió que la opinión sea manoseada ahora pretenda
ejercerla sin regulación. Hay cien maneras de pisotear la libertad de
expresión, y una de ellas es esta: entregarla ciegamente a quien la
emputeció durante una década.
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