POR MARCOS ROITMAN ROSENMANN
La historia de América Latina asistió a tres
siglos de dominio colonial de España. Brasil quedó en manos de Portugal y una
parte de América del Norte, Estados Unidos y Canadá, fue colonizada por Francia
e Inglaterra. Lo dicho es un lugar común, una obviedad. Sin embargo, el pasado
no deja de condicionar el futuro. Condición sine qua non para abordar las tareas
del presente. En su regazo buscamos las explicaciones para enfrentarnos a los
retos que imponen la historia y el momento político de coyuntura. Los proyectos
sociales tienen una dimensión temporal, no están fuera de la realidad
espacio-temporal que los acota y define. Pero el cordón umbilical que une la
historia y da continuidad es capaz de generar realidades múltiples y disímiles.
En nuestro caso, el Caribe siguió un derrotero que se aleja de la América
española. Los imperios de la época, Francia, Holanda, Inglaterra y España,
clavaron sus banderas bajo una guerra de posiciones. Piratas, corsarios, trata
de esclavos y plantaciones fueron sus señas de identidad. Sus cicatrices las
contemplamos en forma del Caribe anglófono, español y francés. Cuba, Jamaica,
República Dominicana, Haití y la persistente colonia de Puerto Rico lo
atestiguan. El mosaico cultural se entrelaza con sincretismo religioso y el
mantenimiento de economías agroexportadoras. Café, tabaco, azúcar, frutas
tropicales y hoy el turismo de cruceros y clases medias europeas. Inclusive la
revolución de esclavos en Haití al mando de Dominique Toussaint-Louverture en
1791, gobernador de Saint Dominique, fue un llamado de atención para las clases
criollas hispanas. Napoleón reprimió con fuerza el levantamiento haciendo acto
de presencia, los descuartizamientos, empalados y degollados. Nada de unir
emancipación con derechos políticos para las clases populares. Libertad,
igualdad y fraternidad eran parte de la revolución burguesa. Hannah Arendt lo
explica extensamente en su ensayo Sobre la revolución.
América continental mostró contradicciones en su devenir emancipador. La
conquista y la colonia fueron empresas estatales. La corona controló todo el
devenir durante 300 años. Imposición de la fe católica, colonización
lingüística, monopolio de la tierra, propietaria de minas, recaudadora de
impuestos y autoridades peninsulares delegadas. En la América española las
luchas de independencia supusieron, al decir del sociólogo colombiano Orlando
Fals Borda, revoluciones inconclusas. En ellas se evidenció la efervescencia de
la Ilustración, la Revolución Industrial y el espíritu revolucionario inaugurado
a finales del siglo XVIII con las revoluciones americana y francesa, 1776 y
1789, respectivamente. Los criollos, hijos de españoles nacidos en América,
marginados del poder político tomaron el mando y bajo su batuta proclamaron las
primeras juntas de gobierno y los cabildos abiertos. Así surgió el pensamiento
antimperialista entre las élites criollas.
La idea de progreso, civilización occidental y superioridad étnica-racial
inundó el mundo. Europa, con su razón cultural y las doctrinas políticas que le
acompañaron, liberalismo, utilitarismo, federalismo, positivismo, monopolizó el
saber y determinó cuáles eran las fuentes de un poder legítimo. El
adoctrinamiento comenzó bajo las enseñanzas de Locke, Mills, Montesqueiu,
Rousseau, Smith, Bentham o Tocqueville. El mundo tuvo un segundo renacimiento.
El capitalismo impuso su racionalidad y se adueñó del relato histórico, tanto
como del mundo poscolonial. No había vuelta atrás. El siglo XIX y buena parte
del XX sucumbieron a los encantos del progreso. En la literatura, Julio Verne
expresó con claridad el triunfo del progreso. No hubo proyecto político en que
el progreso no fuese evocado como solución a los males del subdesarrollo.
América Latina y África eran mundos por descubrir. Los viajes científicos se
convirtieron en el nuevo sueño de Europa. Conocer las leyes de la naturaleza,
escudriñar sus secretos para dominarla, aportaría pingües beneficios. América
Latina era un continente de posibilidades, poseía todo lo que anhelaba el
capitalismo. Materias primas, grandes extensiones de territorio inexploradas y
por colonizar, y, sobre todo, aliados políticos. Oligarquías terratenientes
capaces de subyugar y mantener bajo su poder omnímodo al pueblo, imponiendo
condiciones de explotación rayanas en la esclavitud. Europa y sus gobiernos se
beneficiaron hasta el extremo de hacer de los nuevos estados, semi colonias.
América Latina sucumbió. Sus riquezas naturales fueron expoliadas y sus
pueblos explotados. Ni oro ni plata alentaban la codicia. Minerales sin tanta
nobleza los desplazaron. Estaño, salitre, cobre y productos cosechados en
plantaciones y latifundios. El monocultivo se extendió por todo el continente.
Azúcar, tabaco, plátano, trigo, cacao, café, caucho o ganado. Los países se
transformaron en reductos de una plutocracia criolla que entregó su dignidad en
pos de las migajas. El apelativo de repúblicas bananeras sirvió como referente
para englobar sus clases dominantes cipayas.
El pensamiento emancipador dejó constancia del expolio y dio pie a nuevos
movimientos antioligárquicos. La Revolución Mexicana abrió una etapa cuyas
reivindicaciones siguen teniendo vigencia. Reforma agraria, nacionalización de
las riquezas básicas, derechos sindicales y reconocimiento de la ciudadanía
política. La constitución de 1917 marca un hito en el continente. Sin su
emergencia es imposible explicar la nacionalización del petróleo llevada a cabo
por el presidente Lázaro Cárdenas y los años de bonanza posteriores. Hoy, la
lucha contra la privatización y entrega a las trasnacionales del sector, por el
gobierno del PRI y Peña Nieto, tienen sus raíces en la mejor tradición mexicana
y pensamiento emancipador.
Pero es la venta de los activos del petróleo, a manos de las trasnacionales,
lo que trae a colación la existencia de múltiples futuros para América Latina.
Un escenario posible es la pérdida de soberanía, entrega de las riquezas y los
centros de biodiversidad al imperialismo. En este camino se encuentran México y
Colombia. Otros siguen su trayectoria a más distancia. Chile, Perú, Paraguay,
Panamá, Costa Rica o Guatemala. En sus propuestas anida el entreguismo, la
sumisión y la pérdida de identidad. Por otro lado está Brasil, cuya propuesta
estratégica es unir esfuerzos y extender la relación con empresas trasnacionales
y el capital chino para la explotación, saqueo del Amazonas y la construcción de
megaproyectos. Y en un tercer nivel se encuentran países encabezados por la
República Bolivariana de Venezuela, Cuba, Ecuador o el Estado Plurinacional de
Bolivia, cuyo proyecto camina en dirección contraria. Recuperar las riquezas
nacionales, dedicar recursos a la educación, salud, vivienda social, disminuir
la desigualdad y la pobreza y luchar contra un capitalismo en crisis que sólo
puede acabar con el planeta. Sus propuestas se concretan en proyectos como Alba,
Unasur o Celac. Según los vaivenes electorales, El Salvador, Uruguay, Nicaragua,
República Dominicana y Argentina transitan en una u otra dirección.
Los futuros contingentes parecen no tener un horizonte único. Las disyuntivas
están claras. No podemos repetir los errores del pasado. Las economías
latinoamericanas han sido y siguen siendo primario exportadoras con variantes.
Muchos movimientos y experiencias apuntan a la necesidad de cambio. Desde las
juntas de Buen Gobierno y los caracoles zapatistas, hasta el MST en Brasil y la
Vía Campesina. Igual en la acción de gobiernos populares. O se apuesta por un
cambio total o el capitalismo actual impondrá en América Latina su cara más
siniestra. Hambre, esclavitud, muerte y destrucción de la vida. La
responsabilidad consiste en denunciarlo y trabajar por cambiarlo. No importa
desde dónde y cómo. Todas las formas de resistencia son válidas contra la
sinrazón de los señores del dinero y el poder.
La Jornada, México.
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