Hay una impronta cínica en la caridad, que antepone la necesidad de expiar la culpa de quien entrega algo -a quien tiene menos o nada- a la verdadera intención de ayudar.
Por: Julio Arbizu
Hace unas semanas, a propósito de la elevación clerical a la categoría de santa de la religiosa albanesa, conocida como “Madre Teresa de Calcuta”, escribí una columna en la que, me adhería sin observaciones a la idea del gran Eduardo Galeano, relativa a la superioridad de la solidaridad sobre la caridad.
Hay una impronta cínica en la caridad, que antepone la necesidad de expiar la culpa de quien entrega algo -a quien tiene menos o nada-a la verdadera intención de ayudar. Casi siempre la caridad supone la preservación del estado de cosas que llevó al que tiene a tener, a pesar o a consecuencia de la situación del que no tiene nada. Casi siempre, por esa razón, la caridad se funda en una ética sin responsabilidad ni involucramiento en las desdichas o los problemas de los otros y sobre todo en una relación asimétrica entre quien da y quien recibe.
Por esa razón, y por supuesto, por todas las denuncias detrás del negocio en que se ha convertido esa feria muchas veces macabra llamada Teletón, es que siempre me ha parecido, como dice Zizek de la caridad en general, una farsa. Confieso que no había leído las conclusiones del Informe del Comité sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, sobre Perú el año 2012. Aquí reproduzco un extracto:
“Si bien (se) toma nota de algunas medidas adoptadas por el Estado parte para concienciar acerca de los derechos de las personas con discapacidad, como las emisiones nacionales de radio, al comité le sigue preocupando la insuficiencia de esas medidas y el hecho de que existan iniciativas privadas de recaudación de fondos que utilicen estereotipos negativos y planteamientos de beneficencia (como la Teletón Perú). El comité señala a la atención del Estado parte que, lejos de promover los derechos de las personas con discapacidad y dotar a esas personas de medios para valerse por sí mismas, estas campañas perpetúan y reproducen los estigmas y, por tanto, obstaculizan la posibilidad de crear una cultura en la que las personas con discapacidad sean reconocidas como parte de la sociedad y la diversidad humana”.
Contundente, ¿no?
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