LOS COJUDOS
Por: Sofocleto (*).
Dado que el mundo está
lleno de pendejos, no podríamos definir a la Sociedad como "un
conglomerado de insignes cojudos" y, en consecuencia, para determinar la
ubicación exacta del cojudo en nuestro medio social tendríamos que
comenzar formulando una Tipología del Cojudo en sus dos manifestaciones
esenciales: El aspirante a Cojudo, y el Cojudo propiamente dicho.
El aspirante a cojudo no es, como podría suponerse, un
menor de edad ni nada parecido. Es simplemente un sujeto al que la vida
no le dio todavía la oportunidad de hacer una Gran Cojudez que le sirva
como tesis doctoral o de resbalar en un Cojudeo Sensacional que lo
prestigie en el medio ambiente como un cojudo legítimo...
El Cojudo propiamente dicho es otra cosa. Nació para ser
cojudo y cumple su destino a la perfección, sin quemar etapas, sin
saltarse a la torera ninguno de los requisitos que exige la ortodoxia y
la liturgia de la Cojudez Ancestral. Al cojudo de profesión le ponen
cuernos, lo estafan, lo asaltan, le embarazan a la hija y le devuelven a
la hermana. Tiene tías solteronas y va al circo solo, porque se
encandila con el payaso, el trapecio y los leones. Es siempre el último
de la cola, el que pierde la lotería por un número y camina como pato
porque sufre escaldadura crónica. Como todo cojudo auténtico, es devoto
de un santo rarísimo, y llora con las películas mexicanas porque siempre
se identifica con el que lleva la peor parte, así se trate de Sara
García. El cojudo propiamente dicho, llega a su clímax sobre los treinta
años y alcanza la apoteosis a los cincuenta y nueve. De los sesenta
para arriba es lo que se llama "un viejo cojudo", lo cual significa que
no le falta sino cometer la Gran Cojudez Final que cierre con broche de
oro su carrera, antes que algún pendejo de la familia consiga meterlo en
el manicomio bajo los cargos de Arteriosclerosis Generalizada y
Problemas de Conducta que es como los siquiatras llaman a los cojudos,
para disimular...
Pero los cojudos propiamente dichos, los cojudos que
hacen honor a la cojudez y sirven de materia prima al cojudeo, no se
sienten discriminados ni disminuidos. No hacen grupo aparte ni cultivan
el sectarismo en cualquiera de sus formas. Por el contrario, los vemos
actuar en todos y cada uno de los estratos que componen el mundo en que
vivimos.
Así tenemos cojudos artistas que se hacen fotografiar en
una pose romántica y les sale homosexual; cojudos intelectuales que le
escriben un libro de poemas a la mamá porque no han podido resolver su
Complejo de Edipo; cojudos políticos que terminan en la cárcel por
hablar de la libertad; cojudos industriales que abrigan el proyecto de
manufacturar leche de burra en polvo; cojudos deportistas que lanzan la
jabalina y ensartan al portero del estadio... Bueno, la lista es
interminable porque los cojudos se reproducen como si los hubiese parido
un mimeógrafo.
Sin embargo, la cojudez no es promiscua en el orden
social y, por el contrario, sus adeptos se ciñen a los estrictos cánones
que separan una clase de otra. Llegan a tal extremo que - si nos
encontrásemos frente a un cojudo sin ropa, en la más completa desnudez y
libre de elementos que nos permitieran identificarlo a simple vista -
bastaría saber qué le gusta, qué prefiere, qué sabe o qué le interesa en
la vida, para situarlo sin posibilidad de equívoco en el estamento
social que le corresponde.
Porque, si bien las cojudeces y los cojudos se dan por
igual en todos los renglones de la vida diaria, es la naturaleza de unas
y otras lo que regulariza al cojudo dentro de su esquema comunitario.
En principio, la cojudez tiene una raíz democrática porque lo mismo
ataca al rey que al pinche de cocina y tan cojudo puede ser un Premio
Nóbel como un analfabeto sordomudo. Pero, admitiendo que todos los
cojudos son substancialmente iguales, la diferencia estriba en el tipo
de cojudez que comete cada quien, en función de su categoría social.
Vale decir, no podemos separar al cojudo de su circunstancia...
La diferencia es clarísima y no requiere mayor
explicación excepto en cuanto a que, según vemos,
1.El cojudo de arriba se siente criollo.
2.El cojudo criollo se siente de clase media y.
3.El cojudo de clase media se siente de arriba, en una legítima ensalada
social donde están representados todos los tonos, ya que tenemos
cojudos negros, blancos, mestizos, cholos, extranjeros nacionalizados y
demás colores del arco iris, que es el fenómeno más cojudo de la
naturaleza.
En el Perú, solamente el asiático puro es inmune a la
cojudez. No hay chinos ni japoneses cojudos. Más bien son cojudos sus
descendientes - los nisei y los tusán - cuyo sólo nombre es una perfecta
cojudez. Y esto es fácilmente explicable si consideramos la influencia
del clima sobre la mentalidad peruana, donde somos tan cojudos que el de
la Selva emigra a la Sierra, el de la Sierra se viene a la Costa y el
de la costa se va a la Selva, buscando siempre algún cojudo que trabaje
por él y lo mantenga. Al final es el clima quien dice la última palabra
cuando el de la Selva se muere de frío en la Sierra, el de la Sierra se
muere de asma en la Costa y el de la Costa se muere de calor en la
Selva. Así, los chinos y los japoneses de la primera generación
aguantaron a pie firme y pudieron luchar contra la contaminación
ambiental, pero los de la segunda generación ya vinieron con defectos de
fábrica y algunos cometieron cojudeces tan dignas del siquiatra como
esa de poner un restaurante frente a Lurigancho y darles crédito a los
presos. Eran los nisei y los tusán que ingresaban por todo lo alto en el
mundo alucinante de la cojudez...
La Cara de Cojudo
No lo digo con espíritu chauvinista pero el peruano
tiene cara de cojudo como resultante de dos grandes motivaciones: a)
Porque es un cojudo auténtico y su rostro es la expresión natural de la
cojudez que atesora en el cerebro o b) Porque es falso cojudo,
infiltrado en las filas enemigas con algún propósito inconfesable...
Creo sinceramente que los cojudos son felices. Hacen
cojudeces, hablan cojudeces, piensan cojudeces y tienen una vida tan
cojuda que nada les podría envidiar una ostra. Pero esa misma cojudez
innata le impide examinar objetivamente su problema y hasta, en algunos
casos, juro que los he oído reírse de algún pendejo, por ahí. Yo tuve un
primo cojudo que murió cuando reparaba su televisor sin haberlo
desconectado previamente. Se trataba de un caso incurable, porque mi
primo era cojudo de nacimiento, pero vivía feliz. Los problemas le
importaban un carajo y los dramas de la vida cotidiana le resbalaban por
encima de la piel, a tal extremo que llegué a preguntarme si mi primo
no sería un pendejo navegando con bandera de cojudo. Sin embargo, no lo
era. Digo, un pendejo. Porque su cojudez tenía el sabor fresco de las
cosas puras y a su cara de cojudo no le faltaba sino la aureola para
recibirse de santo en la familia. Un día hice una cojudez,
deliberadamente, para ver qué pasaba. Luego hice otra y después una
tercera, sin que el experimento me afectara mayormente. Pasé a vivir
entre cojudos con la intención de escribir un libro sobre ellos pero a
los veinte días los cojudos escribieron, entre todos, un libro sobre mí.
Confieso que esto me sumió en un mar de dudas. ¿Era yo un pendejo entre
cojudos, o era un cojudo entre cuatro pendejos? No tenía manera de
averiguarlo y decidí mirarme en el espejo para discutir el punto conmigo
mismo. Bueno, me encontré con la más perfecta cara de cojudo que he
visto en mi vida...
Se dice que la nuestra es una sociedad disolvente, como
los ácidos y los antipáticos (obsérvese cómo, cuando algún antipático se
acerca al grupo, el grupo se disuelve o se licúa ipso facto). Yo diría,
más bien, que vivimos en una atmósfera acojudante, espesa y plomiza,
donde el clima juega, sin duda, un papel importantísimo en la
fabricación de cojudos al por mayor. Contra el clima no se puede, porque
no hay ser humano capaz de enfrentarse victoriosamente a enemigos tan
inasibles como la humedad de la Costa, que nos acojuda con el
reumatismo; la inestabilidad de la Sierra, que deja cojudo al
metereólogo más despierto, y las lluvias de la Selva, que son una
cojudez solamente comparable con el Diluvio...
De otra manera resulta inexplicable de que sí se
jodieran impajaritablemente los incas, los españoles, los libertadores y
los republicanos, por la vía de hacer cojudeces tan catastróficas que
hasta hoy no terminamos de levantar cabeza. Yo, sinceramente pienso, que
si alimentásemos a una computadora con todo lo que constituye la
anécdota, lo absurdo, lo increíble, lo Cojudo, vamos, de nuestro pasado,
dicha computadora volaría en mil pedazos o emitiría una respuesta
indignada, que diría algo así como: "¡No jodan... ese país no existe!".
También podría volverse loca y seríamos el primer país del mundo que
tuviera un IBM en el manicomio...
No hay ex-cojudos en nuestro país, así como no hay
excusados en Masutolandia. Tampoco los habrá nunca (ni ex-cojudos ni
excusados) porque ningún pendejo perfeccionaría una droga para curarlos,
así como ningún cojudo tendría la necesaria lucidez para descubrirla.
No, cojudos habrá siempre y para identificarlos bastará con buscarles la
señal inocultable que los caracteriza:
El pelo de cojudo
Como sabemos, todo cojudo tiene "Un Pelo" (de cojudo
naturalmente) que le sirve de insignia y de carnet, de contraseña y de
prueba, cuando las cojudeces que hagan no demuestren fehacientemente su
personalidad. El pelo de cojudo no está necesariamente en la cabeza,
porque de ser así no habría cojudos calvos, o el cojudo se iría
desacojudando en razón de su calvicie. El pelo de cojudo puede estar en
el bigote, en la oreja, en la nariz, en la pierna, en el pubis o en
cualquier otro lugar donde haya tradicionalmente pelos - excepto en la
sopa, donde el pelo es de pendejo y pertenece al mozo - pues ahí está.
Lo lleva consigo desde que nace hasta que muere, porque el pelo de
cojudo no se cae nunca, de igual manera que jamás se marchita ni
encanece. Acompaña al cojudo con una fidelidad realmente asombrosa, que
nos sirve como un seguro de vida para no caer en las garras de un
pendejo. Por lo tanto, frente al peruano sólo estaremos seguros cuando
exhiba su pelo de cojudo y nos dé la tranquilidad necesaria para
cojudearlo sin angustias, visto que el pelo de cojudo no se puede
falsificar. Aparece en la superficie, desde luego, pero tiene sus raíces
distribuidas por el cuerpo, la mente, el alma, la percepción, la
capacidad de análisis, la expresión y el todo esencial del cojudo que le
sirve de maceta...
Sin pecar de optimistas podemos afirmar que la presente y
muchas generaciones venideras vivirán dentro de la misma correlación de
fuerzas, entre cojudos y pendejos, en que se ha cristalizado nuestra
sociedad. En lo personal, yo creo que no cambiaremos nunca. Porque -
¡tengamos confianza! - la Divina Providencia nos pondrá siempre un
cojudo a mano, para los casos de apuro, y nos protegerá - al mismo
tiempo - de todos los pendejos que nos quieren hacer cojudos para cubrir
sus necesidades. ¿Hacia dónde se dirigen los cojudos? No se sabe. ¿Cómo
aparecieron entre nosotros? Sólo hay teorías. Hace mucho tiempo se
encontró un cráneo prehistórico en las inmediaciones del Cuzco. Lucía un
hachazo en el occipital que debió dejarlo seco en el acto. El Carbono
14 demostró que tenía más de mil años y, evidentemente, le dieron el
golpe cuando estaba distraído, mirando para otro lado.
Bueno, ese - para mí - fue el primer cojudo que tuvimos en el Perú.
(*). TOMO 1: "LOS COJUDOS" (Extracto). Iberia, S.A.
Lima, sin fecha. AUTOR: Luís Felipe Ángel (SOFOCLETO). EL COJUDO Y LA
SOCIEDAD.
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